Si paseas por Madrid, encontrarás varios cierres de tiendas con su obra. Si viajas a Corea del Sur, podrás tomarte un café observando una de sus más recientes creaciones. Si trabajas en las oficinas de Spotify España te habrás parado un momento frente a esa pared. Si recientemente has estado en Benidorm, ese puente de colores lo ha transformado él. Incluso, si te acercas a Plasencia, el barrio obrero de Procaso luce como una gigantesca galería de arte gracias a uno de sus murales. Todas estas intervenciones artísticas se unen a otras en India, Honduras, Milán, Nueva York o Londres. Y todas llevan su impronta.
Andrés Sánchez-Ocaña (Madrid, 1994) es mundialmente conocido como Misterpiro, hasta sus padres le llaman Piro. Fue el nombre de su bautismo grafitero cuando empezó a pintar en Plasencia, ciudad en la que ha crecido y la primera que le empezó a considerar artista. ”Pinto desde siempre, no recuerdo que no estuviera pintando en algún momento. De pequeño se quiere ser bombero y astronauta, yo tenía claro que quería pintar”, cuenta desde su taller en el barrio madrileño de Delicias. Dice que la etiqueta de gamberro le duró poco porque pronto despuntó como el artista del pueblo, y raro era que alguien no le pidiera que customizara su comercio o hasta su coche.
Cuando con 12 y 13 años veía DVDs de documentales de artistas que pintaban en las calles de Madrid, como Okuda San Miguel, no se imaginaba que acabaría compartiendo taller y trabajos con uno de los máximos exponentes del arte urbano de nuestro país y su referente por aquel entonces. Confiesa que gracias a él su obra adquirió la personalidad distintiva que le reconoce como uno de los artistas jóvenes con mayor proyección internacional. “En un viaje a India me dijo que probara con la pintura plástica como si fuera acuarela, y le hice caso”.
Su técnica se basa en la improvisación, como punto de encuentro entre la agresividad del espray y las delicadas pinceladas con acuarela. Es bastante expeditivo a la hora de crear y asegura dejarse llevar por el momento. “Me planteo un boceto, voy probando y cuando encuentro más o menos el camino reflexiono sobre si puedo hacer una serie sobre eso que estoy pintando. Si no me gusta, lo deshecho, paso y hago otra cosa”.
Lo que no puede evitar es la mezcla de colores. “A veces digo que voy a hacer una serie que sea monocromática, pastel o blanco y negro, pero es que no puedo”. De hecho, hasta le cuesta elegir un color favorito, “te diría, como pares de colores juntos, el turquesa-violeta, por ejemplo”. Sus trazos coloristas han logrado traspasar los muros callejeros e interioristas para incorporarse a las paredes de galerías de arte en forma de lienzos o cuadros.
Vivir de su obra
El gesto aniñado de Piro te acerca más si cabe a su obra, aunque le cuesta definir la base inspiradora de lo que hace, porque una parte es “impulsiva”, la mitad es “abstracta” y la otra mitad “depende de cómo me haya levantado o del lugar de creación”. Aún así, hace un intento y consigue definirlo como “un impresionismo abstracto”, pero insiste, “tampoco soy de poner etiquetas, porque un día me levanto y te hago un jarrón y al día siguiente te pinto un coche”. Y, entre tanta mezcla de colores, ¿se nota cuando tienes un mal día?, le preguntamos. “No pienso si estoy triste, enfadado o contento. Me evado y hago lo que tengo en la cabeza”.
Los ecos inspiradores de su obra fueron motivo suficiente para que una conocida revista le eligiera, en 2017, uno de los 30 jóvenes menores de 30 años más influyentes de España. “No creo que sea una influencia por mi manera de vivir o mi manera de crear, pero sí puedo ser una inspiración para gente que está estudiando Bellas Artes y está desmotivado, malviviendo con otros trabajos y pensando que no puede llegar a vivir con su obra”. De sueños cumplidos puede hablar, aunque tiene uno pendiente. “Quiero pintar un barco, no un crucero, un barquito de vela”.