A los quince años, Michael Robinson entró en el fútbol profesional de la mano de Sir Bobby Charlton y, a los diecinueve, fue el teenager más caro del mundo. La presión y el peso de la fama llevaron a este chico, de origen humilde, a faltar una mañana del entrenamiento del Manchester City y escapar a Nueva York. De aquella crisis, asegura, salió reforzado y maduro. Grabó a fuego las palabras de Rudyard Kipling: “Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia”. Michael es un tipo que cae bien desde la pantalla. Pero, ¿cómo es por dentro?
¿Quién es Michael Robinson?
Un afortunado. Me siento como si estuviera encerrado en la fábrica de Toys‘R’Us, se han ido los de seguridad y puedo jugar en los columpios.
¿Cómo fue tu infancia?
Mis padres eran propietarios de un hotel en Blackpool, al noroeste de Inglaterra. Vivíamos en una caravana. Yo dormía con mamá y papá en un diván, en la cocina.
¿Qué clase de niño eras…? ¿Tocapelotas?
–Ríe–. Travieso, el mimado de mamá. De adolescente, ella me regalaba las revistas Playboy, le encantaba que saliera con muchas chicas pero que no me enamorara de ninguna, quería ser la mujer de mi vida. En cierto modo, lo fue.
Y tu padre, ¿qué opinaba de ese asunto?
Pensaba en mí como un proyecto de futbolista, me decía: “Michael, las mujeres traen flojera en las piernas”, –ríe–.
A los 19 años, un día te saltas el entrenamiento del Manchester City y decides escapar a Nueva York. ¿De qué huías?
Era difícil dar la talla para lo que yo había costado, me pesaba el juicio sobre mí y la fama. Me daba miedo la gente porque mi corazón no había hecho callo aún. No podía jugar al fútbol si no estaba bien, antes de ser futbolista o periodista, eres persona. Sentía que estaba gritando y nadie me escuchaba.
“Antes de ser futbolista o periodista, eres persona. Sentía que estaba gritando y nadie me escuchaba”
¿Cuándo recuperaste a la persona?
Volví a jugar y goleé, después me fui al Brighton y más tarde al Liverpool, donde ganamos copas de Europa, pero aquella crisis me ayudó mucho y me ayuda hoy a relativizar el éxito y el fracaso, como dice Kipling. En menos de doce meses había ido de la cúspide al infierno y yo era el mismo, no había matado a nadie.
Michael, ¿ser “famoso” sirve para algo útil?
Provengo de la clase obrera, cuando era niño admiraba a los trabajadores: caras de cansancio, ropa y manos sucias del carbón. Nunca tuve que pasar por eso y tengo un privilegio, la gente me escucha; muy bien, pues voy a hablar.
Eres muy pasional para ser británico. ¿Lo eras o te has hecho así en España?
No, nunca he sido el típico inglés, quizá por la parte irlandesa que me toca. Soy de lágrima fácil. En el cine soy patético, lloro con las películas.
¿Con quién sueles hablar de tus sentimientos?
Con mi mujer, mucho. Y con mis hijos. Hablamos del amor, de la ética…
“Nunca he sido el típico inglés, quizá por la parte irlandesa que me toca. Soy de lágrima fácil”
Los deportistas soléis llorar en público. ¿Tenéis las emociones a flor de piel?
Posiblemente. Cuando era futbolista había diez contratiempos para cada alegría, pero las alegrías eran tan sumamente dulces… podías aguantar mil contratiempos con tal de volver a saborear aquel momento. Era como andar por encima del agua.
Hablando de alegrías, ¿qué importancia tiene el sexo en tu vida?
A ver si me acuerdo… –ríe–. Es importante. Lo entiendo como expresión, es como decir: “¡Hostia! Se me agotan las palabras, necesito tocar, sentir, ofrecerme”. Desnudarse y compartir intimidad siempre me pareció algo generoso y humilde.
Y, ¿lo practicas en inglés o en español?
No suelo hablar –ríe–. Gemir sí, gemir no tiene idioma, ¿no?
¿Discutes contigo?
Constantemente. Pero no tengo miedo a equivocarme o a cambiar de opinión con el tiempo. Lo importante es que, cuando digas algo, lo sientas y lo creas. Cuando me he puesto delante de una cámara o de un micro nunca he mentido.
¿Te has perdido alguna vez el respeto porque has hecho algo impropio de ti, en el plano profesional y en el personal?
En ambos, me he decepcionado momentáneamente. He hecho cosas de las que me arrepiento, pero, probablemente, voy a seguir metiendo la pata porque sigo siendo joven.
“Lo importante es que, cuando digas algo, lo sientas y lo creas. Cuando me he puesto delante de una cámara o de un micro nunca he mentido”
¿Cuántos años tienes? No me refiero a los que pone en el carné.
Me siento como si tuviera cuarenta. A esa edad has adquirido información, experiencia, tienes calle, pero todavía estás intacto para poner en práctica lo que has aprendido. Incluso puedes pensar: “En los próximos cuarenta años voy a…”.
¿Serías capaz de dejar tu trabajo si sintieras que te estás traicionando?
Absolutamente. Me voy a mi casa. Siempre tengo la maleta medio hecha. A mis chicos del Plus les digo: “Hasta próximas noticias mando yo”.
Y, ¿en tu vida personal?
También, todo es provisional. Tengo que ganarme el derecho a que mis hijos me respeten y a que mi mujer siga amándome.
Si mañana acabara todo, ¿cuál sería el balance de tu paso por el mundo?
Lo hice lo mejor que podía. Lo he intentado. Mi padre decía: “Michael, tú puedes ser quien desees con tal de que lo quieras lo suficiente”. Y tenía razón.
¿Y cómo te despedirías?
En la cama, justo antes de “caducar”, le diría a mi mujer: “Tengo una idea”.
*Artículo originalmente publicado en el número 2 de Mine, en 2013. Puedes hacerte con Mine en papel en tienda.ploimedia.com o descargar la edición digital interactiva para iOS o Android.