Tras finalizar el lockdown –cuarentena–, las autoridades quitaron los precintos que impedían el acceso a las playas. Obviamente, sin pensarlo mucho, me lancé al mar a hacer snorkel en la misma bahía donde ya había buceado mil veces. Con suerte, alguna vez, había visto una morena entre pequeños peces de colores. Mi sorpresa fue colosal cuando encontré cuatro tortugas casi de golpe, miles de peces globo y ocho tiburones de arrecife. Pero no solo la bahía estaba plagada de animales, los corales se habían recuperado y las profundidades marinas lucían infinidad de colores: amarillo, morado, naranja, rojo.
Pero la estupefacción no era solo apreciación de una turista como yo, sino que los propios locales, que han surcado muchas veces este agua, han observado que la fauna marina regresaba masivamente. Ahora, durante los días de pesca, cientos de pulpos, langostas y atunes vuelven a llenar las cajas de unos pescadores que hacía tiempo que no veían algo así. Mantas, ballenas piloto, decenas de delfines e, incluso, un tiburón guitarra, una especie casi en extinción que hacía tiempo que no se avistaba a consecuencia de los barcos turísticos.
“Ana, tenemos que aprovechar esta oportunidad e ir a bucear”. Esa fue la frase que me dijeron y las imágenes que protagonizan este capítulo dan testigo de la mejor noticia que puedo dar desde que estoy aquí. Estar en medio de la inmensidad ha logrado que se me olviden los robos, los asaltos de las semanas pasadas y la huida de varios presos de la cárcel. E, incluso, el hecho de haber estado a miles de kilómetros de mi familia.
En la primera inmersión post cuarentena pude observar, a menos de cinco metros, un banco de doce rayas águila. Aquí las llamamos ‘los pájaros del mar’, porque vuelan suspendidas en las corrientes. Mientras las grababa con mi GoPro, mi profesor de buceo me llamó la atención haciendo un ruido con un metal. Desvié la mirada y allí estaban, siete u ocho tiburones de arrecife apenas a unos metros de mí. Entendí que habíamos llegado a “la estación de limpieza”, una parte de la barrera de coral con menos corriente donde estos imponentes animales van a que los peces les limpien las mandíbulas.
Lo reconozco, el corazón me latía a dos mil por hora. Me arrodillé en el arrecife y estuve una media hora disfrutando de aquella escena. Los animales median más de metro y medio, algunos casi llegaban a los tres. Abrían sus bocas llenas de dientes en medio del agua mientras esos peces divertidos de color gris desempeñaban su tarea de limpieza.
Lee y ve la PRIMERA PARTE de ‘Diario de una cuarentena en Maldivas’
Lee y ve la SEGUNDA PARTE de ‘Diario de una cuarentena en Maldivas’
Lee y ve la TERCERA PARTE de ‘Diario de una cuarentena en Maldivas’
Playas limpias
La recuperación de la flora y fauna marina se suma a otra gran noticia, la limpieza de las playas. La cancelación de la actividad turística ha supuesto una gran oportunidad para fomentar iniciativas necesarias, como la limpieza de las bahías. En Maldivas todavía no hay sistema de reciclaje, por eso, muchos residuos acaban en la orilla del mar. Desde el levantamiento de la cuarentena, llevábamos varios días creando grupos de trabajo, formados por turistas y gente local, para limpiar las playas de la isla. Sacamos toda la basura del mar, utilizando equipos de buceo y limpiando a fondo la arena.
Merece la pena hacer un parón en nuestras vidas y reflexionar sobre el planeta. Creo que la pandemia ha puesto de manifiesto que, si paramos, la naturaleza se recupera. Ella puede vivir sin nosotros. Somos nosotros los que no podemos vivir sin ella.
El regreso
Dicho esto, por fin, ha llegado el momento que parecía inalcanzable desde que se declaró la pandemia mundial y me quedé encerrada en esta pequeña isla. Conseguí mi billete de vuelta a España y puedo cerrar este último diario desde mi verdadero hogar. Pero no ha sido fácil. Tras miles de emails intercambiados con la embajada, me informaron de que había disponible un vuelo a Londres por 1.300 euros. Las autoridades nos advirtieron de que no sabían cuándo habría otro vuelo disponible a Europa y nos recomendaron “no dejarlo pasar”. Esto, sumado a los 500 euros del único vuelo seguro entre Londres y Madrid, ha hecho que tuviera que desembolsar 1.800 euros para un supuesto “vuelo de rescate” que facilitaba la embajada. El billete de ida y vuelta que compré para venir aquí en su día me costó 600 euros, para que podáis haceros una idea de los precios desorbitados que se están alcanzando en este momento.
Llegados a este punto, he decidido centrarme en los maravillosos recuerdos de estos casi seis meses en Maafushi. Todo lo que he vivido aquí en soledad y cómo esta experiencia me ha ayudado a madurar. Las mejores imágenes no las puedo mostrar en fotos, las llevo en mi memoria. Y tengo la certeza total de que nunca voy a olvidar lo que he visto y vivido estos meses.
Me llevo muchas enseñanzas de mi cuarentena en las Maldivas, pero creo que la más importante es, precisamente, la relación del ser humano con el planeta, con la naturaleza y con el mar. Somos los únicos seres de la Tierra que atacamos y tratamos mal a las demás especies. No nos importan los tamaños, las condiciones y si están o no en la cadena alimenticia. No solo cazamos y pescamos, también matamos todo a nuestro paso con los desperdicios y cantidades colosales de plásticos y basuras arrojadas.
De esta manera, finalizo este pequeño diario de a bordo pensando en mi familia. En mis amigos. En el abrazo que he podido dar a mi madre por la pérdida de mi abuela que nos tocó vivir separadas. Cierro mi colaboración con Mine repitiendo esa idea que dije en mi primer diario: el paraíso no es un lugar, son las personas. Es ese lugar que puedes llamar hogar. Muchas gracias por haberme acompañado en este viaje tan apasionante. Jamás podré explicar todos los vaivenes emocionales que he tenido y cómo la soledad extrema se apoderó de mí en muchísimos momentos. Me llevo conmigo todo lo vivido y espero regresar de nuevo para poder disfrutar de la inmensidad de este mar recuperado.