Si su vida fuera el relato de un cómic de superhéroes de los que dice ser fan, podríamos asegurar que Carlos Ruiz (Madrid, 1997) encaja a la perfección en el papel de joven protagonista. Mientras los niños de su edad aspiraban a ser grandes futbolistas, médicos o incluso youtubers, Carlos tenía muy claro que su sueño estaba en un cuadrilátero. Al igual que ocurre en el origen de la historia de Spiderman —su superhéroe favorito—, Carlos fue descubriendo dentro de las cuatro esquinas sus poderes a base de saltos, mortales, llaves y algún que otro porrazo. En 2012, con apenas 15 años, se presentó ante más de un centenar de personas en el Centro Social Autogestionado La Tabacalera de Madrid y encaró —previa autorización de su padre— su primer combate al grito enloquecido del público, que le llamaba “niño anónimo”. Hoy es el campeón de la Heritage Cup, la división británica de la WWE, y una estrella internacional del wrestling.
Más de ocho años después, aquel chaval tímido y nervioso que entrenaba sin descanso en un gimnasio del barrio de Entrevías (Vallecas), al sur de Madrid, ahora es un luchador profesional que se hace llamar A-Kid —la traducción y abreviatura en inglés de anonymous kid— y presume de ser el primer español en lograr un contrato con la mayor empresa de lucha libre del mundo, la WWE. “Esto es un reconocimiento a mi carrera. Fue el punto de inflexión que me aseguró que había tomado el camino correcto”, explica. Un camino que, según nos cuenta, por espectacular que resulte ahora, fue tremendamente sacrificado.
Durante años, Carlos tuvo que compaginar los entrenamientos con su trabajo de profesor en una academia y la carrera de matemáticas. “En esa época estaba luchando los fines de semana y estudiando y trabajando entre semana. Era un poco locura pero, con todo, decidí viajar a otros países para competir y ganar más experiencia debido a la relevancia mediática que estaba consiguiendo en el mundillo. Eso hizo que mis notas, que siempre habían sido muy buenas, comenzaran a ser malas, que no tuviera la mente despejada y, en definitiva, que dejase de disfrutar en el ring. Así que, en ese punto, tomé la decisión de dejar las matemáticas y centrarme en el wrestling mientras trabajaba como profesor”, recuerda.
“En las empresas independientes un fin de semana muy bueno puedes ganar 1.000 euros y uno muy malo volverte a tu casa sin nada”
Una carrera de supervivencia entre aeropuertos que le obligó a destinar todo lo que ganaba en sus combates a billetes de avión. Ni los descuentos low cost aligeraban la cuenta de gastos del luchador. “Pese a contar siempre con el apoyo de mi familia, nunca he tenido un gran sustento económico, así que todo lo que ganaba lo destinaba a viajar para competir. En ocasiones llegaba a perder hasta 200 euros entre alojamiento y vuelo. En las empresas independientes un fin de semana muy bueno puedes ganar 1.000 euros y uno muy malo volverte a tu casa sin nada. Un viernes estaba en Berlín, el sábado en Londres y el domingo volvía a Madrid. Vivía al día en el aspecto económico, pero era una vida muy nómada que me gustaba mucho y agradezco haber vivido”, confiesa.
Un golpe de suerte
Desde su habitación y a través de videollamada, el joven madrileño rememora, igual que Mickey Rourke en ‘The Wrestler’, sus largas noches durmiendo en aeropuertos, algunos de los rivales a los que se enfrentó y cómo todo cambió cuando participó en su primer combate Cinco Estrellas de Madrid. Algo así como una gala de los Oscar en el mundo del cine, pero aplicado a la lucha libre. “Se trata de un reconocimiento por parte de la gente que entiende del wrestling. Te coloca ante los ojos del público. Yo siempre comparo el mundo de la lucha libre con el de la interpretación. En las primeras películas se cobra muy poco o nada, pero si tu trabajo es bueno en algún momento llega tu oportunidad. A raíz de ese combate, la WWE se fijó en mí y me hizo un contrato que, afortunadamente, ahora me da la seguridad de cobrar todos los meses y me permite dedicarme a ello al 100%. Sin embargo, por desgracia, la mayoría de luchadores tienen que trabajar para empresas independientes toda su vida y hay muchas veces en las que el cheque ni siquiera se cobra tras el combate”, matiza A-Kid.
Aunque nos resulte extraño de primeras, la comparativa entre el mundo de la interpretación y la lucha libre no es algo nuevo. Sin ir más lejos, en la actualidad, el actor mejor pagado de Hollywood, Dwayne Johnson, comenzó su carrera en el wrestling estadounidense bajo el nombre de The Rock. Una superestrella fuera de lo normal que, tras ganarlo todo sobre el cuadrilátero, decidió también hacerlo en la taquilla. “Soy artista por vocación y deportista por necesidad, ya que si no fuera deportista no tendría la capacidad física para contar las historias que cuento. Siempre estoy buscando la mejor manera de contar una historia en un contexto de lucha libre profesional. Con esfuerzo y entrenamiento mucha gente puede hacer un mortal. Sin embargo, no todo el mundo puede conseguir emocionar con ese movimiento. Ahí es donde reside la verdadera dificultad y el talento”, responde el wrestler español.
“Comparo el mundo de la lucha libre con el de la interpretación. En las primeras películas se cobra muy poco o nada, pero si tu trabajo es bueno en algún momento llega tu oportunidad”
Lo cierto es que, llegados a este punto del combate y tras hablar sobre la interpretación, la emoción del público y cómo se transmite todo eso a base de golpes, surge la eterna pregunta, ¿cuánto hay de real en un combate de wrestling? “Yo aconsejaría que la gente lo entendiera igual que el teatro. Todo lo que hacemos, al menos yo, tiene mucha improvisación pero, al igual que en el teatro, existe un guion o un director. Eso no quita que deba adaptarme a lo que ocurre en cada momento, a si el público me abuchea o me aplaude, a si me golpeo en un lugar u otro. Siempre busco la mejor solución para contar la historia que quiero”, sentencia.
La performance en el wrestling es lo que la técnica al fútbol. Si la dominas, la carrera profesional se puede alargar. Luchadores como el recién retirado The Undertaker han sido capaces de alargar su liderazgo en esta disciplina hasta los 55 años, en buena medida, gracias a toda la parafernalia que arrastraban consigo. Si al público hay algo que le guste —casi— más que los golpes, son los efectos especiales. “Siempre he sido muy tradicional y siempre he intentado que mis acciones hablasen más que mi imagen. Ahora estoy cambiando un poco y llevo ropa más futurista con amarillo y negro. Hablé con una diseñadora e intentamos reflejar en la ropa una de mis aficiones, las cartas de Yu-Gi-Oh! Plasmar esa parte de mi personalidad me da valentía”.
En el foco
En la actualidad, A-Kid compite en NXT UK, que es la marca británica de la WWE y se emite por BT Sport, pero sueña con que España algún día tenga su propio contenido televisado. Contar con una figura nacional capaz de codearse con las grandes estrellas es un reclamo que no todos los países se pueden permitir. “Más allá de las redes sociales, la televisión continúa siendo el mayor vehículo para llegar a los fans. La mayoría de niños que me escriben es porque me han visto en la televisión. Estoy seguro que si España tuviera programación se abrirían muchas puertas para que los niños y niñas pudieran competir y convertirse en luchadores de wrestling algún día. Cuando yo empecé con diez años no tenía referentes y llegar a la WWE parecía un sueño”, confiesa emocionado. Y añade: “Si España tuviera una gran audiencia en televisión es posible que hubiera un gran evento, pero es complicado. Aparte del dinero, para mí sería muy especial porque estaría arropado por gente de mí país”. Quizá sea este el combate más difícil de Carlos Ruiz, a.k.a. A-Kid, conseguir que algún día el wrestling vuelva a ser tendencia en España y que, como él, deje definitivamente de ser anónimo.
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