Cuando pensamos en el nazismo es imposible no tener en la mente a todas las víctimas de semejante barbarie. De hecho, este 27 de enero se ha conmemorado el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto para no olvidar uno de los capítulos más oscuros de la historia. Una oscuridad que para los homosexuales perseguidos por el régimen no terminó al acabar la contienda. Aunque cueste creer que una víctima no reciba apoyo ni ayuda, la Comunidad Internacional ignoró y silenció a los prisioneros homosexuales y no fue hasta 1972 cuando salió a la luz las memorias de Josef Kohout, el primer testimonio de cómo era la vida de los triángulos rosas bajo el nazismo.
Ahora, la editorial Egales publica por primera vez en castellano los textos inéditos de Leo Classen, otro superviviente homosexual de un campo de concentración nazi. Así, con una prosa directa y cruda, ‘Y Leo Classen habló‘ nos acerca el horror que él y otros homosexuales vivieron en el campo de concentración de Sachsenhausen. Aunque costó años que llegara algo de luz al respecto, aquí tienes algunas claves para entender el infierno que cerca de 100.000 homosexuales sufrieron durante el nazismo.
El fin de la libertad
A finales del siglo XIX y principios del XX, Alemania experimentó una época dorada de libertad sexual. Obviamente, no en los términos de los que disfrutamos hoy en día, pero sí es cierto que durante esos años, las personas cuya orientación sexual y expresión de género diferían de lo heteronormativo empezaron atisbar ciertas libertades. Sin embargo, la irrupción del nazismo cambió la situación. “El nazismo impidió que ese movimiento que comenzaba a surgir prosperara y se fortaleciera. Si había o no una subcultura LGTB durante estos años es difícil de precisar, aunque todo apunta a que los casos debían de estar muy, muy ocultos”, explica Carlos Valdivia, activista por los derechos queer y editor del libro de Classen.
Y la situación se encrudeció con la puesta en práctica del párrafo 175 del Código Penal prusiano que penaba con cárcel y pérdida de derechos civiles las relaciones sexuales entre hombres y con animales. “La aplicación del infame párrafo 175 y las detenciones facilitaron al régimen nazi listas y expedientes de hombres detenidos bajo sospecha de llevar a cabo actos de homosexualidad. Los que no eran torturados en comisarías de la Gestapo, acababan en el calabozo, haciendo trabajos forzados o en campos de concentración”, concreta el activista. Y es que, en los años posteriores el párrafo se endureció con las llamadas Leyes de Núremberg, aumentando así las penas y persiguiéndose también abrazos y miradas lujuriosas.
Afán de difamar
Pero además del párrafo 175, con la llegada al poder de Hitler comenzó una campaña de difamación despiadada contra todos los homosexuales, a quienes se les culpaba, junto a judíos y gitanos, del declive alemán. “Desde el comienzo de la dictadura, se llevó a cabo una campaña propagandística que buscaba el descrédito de las personas homosexuales, mayormente varones. Esta campaña se centraba sobre todo en el componente supuestamente biológico que podía acabar con la continuidad de la raza aria”, afirma el editor. Una propaganda que logró fomentar la homofobia entre la ciudadanía.
Y es que, aunque no hubo un afán exterminador tan voraz como con gitanos o judíos, de la mano de esta propaganda homófoba comenzó un histerismo en contra de lo homosexual y una oleada de denuncias. “En muchos casos, una simple denuncia bastaba para someter a torturas y presiones al acusado y forzarle a firmar una declaración. De hecho, se han encontrado muchos documentos de este tipo manchados de sangre”, asegura Valdivia.
Camino a los campos
Se considera que el 30% de los homosexuales condenados por el párrafo 175 terminaron en campos de concentración. “Se desconoce qué criterio se utilizaba para enviar o no a un homosexual al campo de concentración o, incluso, si había un criterio. Pero todo parece indicar que se hacía según los “delitos” de los que se acusara al individuo o la reincidencia”, especifica el ilustrador. Una vez allí, sufrían todo tipo de vejaciones, muchas de ellas de índole sexual, y la supervivencia era bastante menor que la de otros prisioneros con alrededor de un 60% de los presos homosexuales asesinados.
De hecho, en el sistema de clasificación de los campos, los triángulos que con su color mostraban el motivo de encarcelamiento tenían unos 5 centímetros de base, mientras que los triángulos rosas de los homosexuales tenían de media dos centímetros más para hacerlos más visibles. Tal era la deplorable situación y humillaciones que sufrían que muchos homosexuales se hacían pasar por comunistas cuyo distintivo rojo había perdido color o intentaban conseguir otras insignias, incluso, la temida estrella amarilla de David que identificaba a los judíos.
Carne de cañón
Al estar considerados como el escalafón más bajo dentro del campo, los prisioneros homosexuales solían vivir en peores condiciones que el resto y hacían los trabajos más duros de todos. “Los cargos nazis reservaban para los triángulos rosas una muerte mucho más cruel que las cámaras de gas: disparados mientras los oficiales jugaban con ellos, devorados por perros, en experimentos médicos o mientras trabajaban”, denuncia Valdivia. De hecho, eran el blanco preferido de vejaciones y torturas por parte de los guardias nazis, pero también de los otros presos. ” Eran acosados y maltratados por sus propios compañeros y los guardias los consideraban carne de cañón para sus juegos y torturas. Si alguien debía morir, escogían siempre primero a los triángulos rosas”, lamenta.
Y ni siquiera entre los propios homosexuales había apoyo, porque en la mayoría de los casos los tenían segregados dentro de los campos y se les impedía confraternizar entre sí. Además, el miedo a las acusaciones de homosexualidad hacía que otros presos rehuyeran de cualquier trato o solidaridad con ellos.
Parias sexualizados
Y, siendo encarcelados por ser homosexuales, es evidente que la sexualización de estos presos era mucho mayor que la de otros. Sobre todo, al tratarlos de manera discriminatoria y verlos como viciosos entregados a la lujuria. “Algunos testimonios nos hablan de barracones solo para triángulos rosas, donde se mantenían las luces encendidas de noche y existía la obligación de dormir con las manos fuera de la manta para evitar tocamientos impuros”, apunta el activista.
Además, aunque no había una terapia de reconversión como tal, muchos se sometieron a despiadados experimentos científicos y hubo castraciones sistemáticas hasta el punto de que muchos de los encarcelados se sometían voluntariamente ante la falsa promesa de liberación. Y, en algunos casos, los mismos guardias nazis o kapos, presos con mejor estatus y supervisores, abusaban sexualmente de ellos.
Ellas lograron pasar más desapercibidas
A grandes rasgos, el machismo de la Alemania nazi, que concebía a las mujeres como sujetos pasivos cuyo fin era ser esposas y madres, hizo que el lesbianismo no recibiera tanta persecución. “Las leyes homofóbicas solo incluían a hombres que realizaran actos con otros hombres. Esto tiene su raíz en el machismo del régimen, que no consideraba a la mujer un peligro, sino un elemento secundario en la sociedad”, señala Valdivia. Por ello, muy pocas lesbianas acabarían siendo encarceladas y el régimen nazi ni siquiera las clasificaba como prisioneros homosexuales en los registros. “Además, las mujeres podían disfrutar de una mayor expresión pública de afecto, lo que, de alguna manera, les permitía hacer pasar simplemente como “amigas” su relación sentimental”, añade.
Con todo, no significa que el lesbianismo durante el Tercer Reich disfrutara de una situación envidiable, ni mucho menos. Sí que se hizo cierta campaña contra ellas y se cerraron cabarets y clubes donde se solían reunir. Además, muchas de estas mujeres debieron casarse en contra de su voluntad para ocultar así sus inclinaciones sexuales y muchas, cuando se disparaba la sospecha, debían de cortar todos sus lazos y trasladarse de ciudad. “De todos modos, el caso de las mujeres homosexuales durante esta época aún debe ser estudiado en profundidad porque hay poca información al respecto”, recuerda el activista. Al fin y al cabo, si en algo focalizaba el odio el nazismo era en las minorías, fueran cuales fueran.
De víctimas ignoradas a delincuentes
Si piensas que con el triunfo de los Aliados y el fin del Holocausto terminó con el sufrimiento del colectivo LGTBQ+, estás en un error. Una vez terminada la contienda y cuando el mundo comenzó a conocer los horrores perpetrados por los nazis, los investigadores optaron por un vergonzoso silencio respecto a la persecución sufrida por los homosexuales. Lejos de ser considerados víctimas, en el mejor de los casos fueron ignorados por una sociedad profundamente homófoba. “Muchos supervivientes homosexuales, una vez liberados de los campos de exterminio, volvieron a la cárcel”, denuncia Valdivia. Y es que la homosexualidad era delito en muchos países europeos y hasta 1969 el artículo 175 siguió en vigor y originó más de 47.000 condenas en Alemania. De hecho, ni siquiera se contó el tiempo pasado en los campos y muchos debieron cumplir condena desde cero. Porque, para tratar la homosexualidad, los Aliados eran igual de impasibles y duros que los propios nazis.
Asimismo, los que no fueron encarcelados, tuvieron muchas dificultades para conseguir trabajo o vivienda ya que, oficialmente, eran delincuentes con antecedentes penales. “Además, hubo que esperar casi 30 años para tener el primer testimonio y no se reparó económica ni penalmente a los triángulos rosa hasta el siglo XXI”, critica el experto. De hecho, no fue hasta 2000 cuando el Gobierno alemán se disculpó oficialmente para dos años después conceder el perdón retroactivo a las sentencias nazis. Un reconocimiento que, aunque para la gran mayoría llegó tarde y de forma póstuma, enfocó algo de luz entre tantas sombras.