Diagnosticado de autismo a los tres años tras la muerte de su padre, Stephen Wiltshire (Londres, 1974) no dijo su primera palabra hasta los cinco. Durante mucho tiempo, dibujar fue su única forma de expresarse. “Primero dibujaba animales, autobuses y edificios; después, paisajes urbanos y alguna escena callejera. Comencé con las panorámicas en 2005 en Tokio”, recuerda el británico. Y de su necesidad comunicativa creó su oficio. Pronto comenzó a destacar en las competiciones escolares y hasta el Primer Ministro Edward Heath le compró un dibujo de la catedral de Salisbury que realizó con ocho años.
Para realizar sus trabajos, Stephen solo necesita un rotulador negro Staedtler y música. Todo sale de su cabeza, rememorando lo que ha visto al sobrevolar la ciudad elegida para pintar. Normalmente, recorre el cielo de la urbe durante 20 minutos, a veces 40. Todo depende de lo grande que sea. Pero el tamaño poco le impone, siempre sigue el mismo proceder. “A veces creo un boceto rápido en mi cuaderno de notas para poder realizar el trabajo más grande y detallado después. Pero no sigo ninguna pauta para memorizar, nací así y para mí es natural”, explica.
Stephen padece el llamado síndrome del sabio, una condición por la cual una persona con una alteración mental, como pueda ser el autismo, demuestra capacidades prodigiosas en diferentes ámbitos. En su caso, ese talento increíble es una memoria fotográfica que le ha permitido inmortalizar al detalle ciudades como Houston, París, Nueva York o Ciudad de México. En 2006, el príncipe Carlos de Inglaterra le entregó la condecoración como miembro de la Orden del Imperio Británico por sus servicios al arte. También en nuestro país ha dejado ver su virtuosismo con la tinta en ciudades como Madrid y Palma de Mallorca.
Pese a su enfermedad y que pueda parecer retraído, Stephen disfruta pintando en museos, centros comerciales o ayuntamientos ante una gran audiencia. “Normalmente, suelo tardar unos cinco días en completar mis panorámicas, trabajando unas ocho horas. Mucha gente viene a verme dibujar, la última vez en Singapur acudieron 150.000 personas”, cuenta orgulloso. Tanto reconocimiento le permitió abrir su propia galería de arte hace trece años. Allí vende sus pinturas, algunas de las cuales pueden alcanzar los 200.000 euros. Aun con este valor en el mercado, Stephen define su don como algo corriente. “Dibujo todos los días para encontrar nuevos temas y escenas interesantes. Solo soy un tipo normal con mucha pasión por el arte”, sentencia. Para el resto de los mortales, Stephen Wiltshire siempre será un genio.