Llevo casi dos meses atrapada en Maafushi. Oficialmente, todos los hoteles están cerrados y quedan muy pocos restaurantes donde pueden darnos de comer. En muy pocos días comienza el Ramadán. Al no haber viajeros, nos han advertido que próximamente cerrarán absolutamente todo.
El próximo jueves comienza el Ramadán y nos han avisado de que tendremos que apañárnoslas bien para organizarnos la comida. Vivo en un apartamento sin ventanas, que se encuentra dentro de un garaje. No tengo cocina, solo un baño y una habitación. Por suerte, para cocinar, puedo contar con los hoteles de otros turistas que se han quedado atrapados en Maafushi, la isla local en la que me encuentro. De momento, sigue llegando agua a la isla y he podido comprobar que las informaciones que nos llegaron sobre el desabastecimiento en los supermercados no eran más que un bulo para meternos más miedo del que, de por sí, ya estaba instalado aquí.
Sí hemos notado una disminución en las cantidades de alimentos en algunas tiendas, apenas hay productos frescos y los que llegan tienen precios realmente desorbitados. Por ejemplo, antes de la epidemia el kilo de mandarinas estaba a 15 rufiyaa -90 céntimos de euro- y ahora está a 80 rufiyaa, unos 4 euros el kilo; los tomates valían 5 rufiyaa el kilo -30 céntimos de euro- y ahora 45 rufiyaa, unos 2,70 euros.
Pese a las circunstancias, quiero compartir que llevamos un par de días mucho más animados. La embajada nos ha dicho que a finales de este mes habrá varios vuelos de regreso a Europa, concretamente a España, con precios más baratos. Además, los casos de coronavirus en Maldivas se han reducido, quedando únicamente tres activos y ninguna muerte.
Otro hecho importante es que han levantado el aislamiento total que habían impuesto a algunos turistas. Sí, habéis leído bien. En Maafushi, cuando estalló la pandemia, seleccionaron a una serie de turistas para aislarlos bajo criterios un tanto rústicos, aunque comprensibles en las circunstancias de incertidumbre y pánico, ante la confirmación de una pandemia mundial. Por ejemplo, entre esos confinados a la fuerza estaban Iris y Gal, una pareja de israelíes que fueron aislados catorce días en un hostal bajo el único criterio de haberles escuchado toser en los restaurantes y por proceder de un país en estado de alarma. Después, incluso, de haber dado negativo en la prueba de coronavirus. Según me contaron, la habitación en la que tuvieron que estar de cuarentena era minúscula y no tenía ni ventanas. No les dejaban moverse y tampoco recibir visitas de los turistas que nos preocupábamos por su situación.
Lee y ve la PRIMERA PARTE de ‘Diario de una cuarentena en Maldivas’
Por no tener, no tenían ni WiFi, porque al no haber clientes los responsables del hostal dejaron de pagar la conexión. Nadie está preparado para afrontar un encierro de estas características durante un viaje vacacional. Ni libros, ni televisión, ni ventanas. Nada. Entre nosotros empezamos a comentar que hasta nos daba miedo bostezar por si levantábamos sospechas entre los locales de la isla.
Pero de esa circunstancia negativa ha surgido una iniciativa muy positiva. Los turistas israelíes ya han podido salir de su encierro y, desde entonces, han prometido que acudirán todas las tardes a cantar mientras ven el atardecer en la playa. Los demás nos sentamos a su alrededor y les escuchamos ensimismados. Una escena esperanzadora y alentadora que nos ayuda a sentirnos arropados, pese a estar a miles de kilómetros de nuestras casas.
Cuando terminan de tocar, acompaño a Yolanda a pintar su muro. Ella es otra chica española, de Madrid, que perdió todos sus aviones hace ya más de un mes. Al principio, estuvo muy angustiada porque tenía que entregar sus obras, tenía compromisos de trabajo y familiares que caían enfermos. Pero esa agonía inicial ha acabado transformándose en reinvención. Yolanda, @yoyosena es su nombre artístico, asumió que no tenía más opción que quedarse aquí durante un tiempo indeterminado y, en lugar de quedarse de brazos cruzados y lloriquear, está plasmando su arte en la isla pintando un muro enorme en uno de los hoteles.
Otra nota positiva es el mar que, exactamente igual que todos nosotros, se recupera. No os imagináis la cantidad de especies marinas que vemos todos los días. Antes, en la bahía, era imposible ver tortugas, rayas o mantas. Los delfines rara vez se acercaban. Ahora, los vemos casi todos los días, el coral esta más bonito que nunca y la cantidad de peces se ha duplicado. Lo que está pasando tiene que hacernos reflexionar a todos. Quizá no la apreciábamos lo suficiente, pero está claro que quien manda es ella. La naturaleza.
No queremos dar pena
Quisiera hacer un paréntesis y referirme a varios comentarios negativos que se han vertido contra la primera parte de este ‘Diario de una cuarentena en Maldivas’. En ningún caso estamos comparando mi situación con la de otras personas ni pretendemos molestar o dañar la sensibilidad de nadie. Soy consciente de que hay muchas personas sufriendo en estos momentos y me acuerdo todos los días de los casos más extremos que veo, leo y siento. Nuestro único propósito es enseñaros una experiencia diferente, porque en esta pandemia hay muchas realidades, no todas trágicas. Esta es una de ellas. Se trata de un punto de vista distinto que pretende reflejar cómo está evolucionando esta crisis mundial en una isla casi sin recursos y a miles de kilómetros de España.
A nivel personal, al margen de una circunstancia evidente como es encontrarme en una isla paradisiaca donde tengo la gran suerte de poder ver amaneceres y atardeceres espectaculares, también me ha tocado lidiar con circunstancias personales dolorosas. Han fallecido familiares míos y he sentido mucha impotencia al no poder salir de esta isla para vivir mi dolor junto a mi familia. Puede que esto no sea comprensible para aquellos que no están de acuerdo con el enfoque de estos reportajes pero, al menos, debe ser respetable. Mientras, seguiré contando mi experiencia.