Ni el mismísimo Alfred Hitchcock hubiera firmado un guion tan enrevesado para 2020, ni tampoco –creemos nosotros–, hubiera aceptado tantos días con las grandes pantallas de los cines apagadas, las butacas vacías y las máquinas de hacer palomitas en silencio. Ahora, casi tres meses después de que la industria cinematográfica se fuese a negro, las salas de cine y otras alternativas reabren sus puertas y se adaptan a la nueva normalidad con medidas que, en muchos de los casos, parecen sacadas de un historia de Christopher Nolan. Repasamos las medidas y alternativas a las que tendremos que acostumbrarnos como espectadores para seguir disfrutando del séptimo arte.
Las salas
Es cierto que durante el confinamiento nuestras opciones de ocio casero vía streaming han suplido con creces nuestras ansias de cine y palomitas. Sin embargo, podemos decir bien alto y claro que como en el cine no se está en ningún lado. Muchas salas –grandes y pequeñas– se están readaptando a cámara rápida al cine en tiempos de coronavirus. Para ello, los exhibidores deberán fomentar la compra de entradas a través del servicio telemático y las taquillas estarán restringidas y protegidas por una mampara, al igual que ocurre en supermercados u otros establecimientos.
El aforo estará limitado a un tercio de su capacidad en la fase 2, pero de forma generaliza a partir del día 26 de junio pueden abrir todas las hasta un 75% de aforo de forma progresiva, si las condiciones sanitarias de la región lo permiten. En cualquier caso, el aforo nunca va a superar el 75% en la nueva normalidad. También se colocarán indicadores para respetar la distancia de seguridad, se habilitarán dispensadores de gel hidroalcohólico y se espaciarán los pases entre películas para que el público no coincida entre pasillos. Eso sí, las citas románticas en la sesión golfa solo serán posibles para las parejas que convivan en el mismo domicilio y, siempre y cuando, se respete la distancia de seguridad interpersonal con el resto de espectadores. Quién paga las entradas y las palomitas ya es cosa vuestra.
A cuatro ruedas
La pandemia también ha hecho que los autocines se hayan convertido en una alternativa segura y social con la que disfrutar de la gran pantalla. Olvidados durante mucho tiempo, estos parkings del entretenimiento vivieron su época dorada en los años 50. En pleno baby boom, solo en Estados Unidos llegó a haber más de 4.000. Y, aunque actualmente se calcula que en el mundo no hay más de 300 autocines, en países como Alemania o Corea del Sur se están convirtiendo en todo un éxito. Además, este tipo de instalaciones pueden ser todo un revulsivo para un sector cinematográfico obligado al cierre forzoso durante meses y a proyectar sus estrenos a menos de la mitad del aforo.
Ahora, en plena crisis sanitaria y con estrictas restricciones de interacción social, puede que el coche no sea el lugar más adecuado para un nuevo baby boom, pero sí un salvoconducto para que los espectadores presciendan de mascarillas y distancias de seguridad. Al menos, durante el tiempo que dura la película. En España, el Autocine Madrid RACE, el más grande de toda Europa, está desde el pasado 11 de junio, proyectando el clásico ‘Grease’ para un un máximo de 100 vehículos y 200 ocupantes de los 350 coches y 1400 espectadores que puede llegar albergar en un mismo pase. Quién sabe si en un futuro no muy lejano, las grandes estrenos mundiales se tienen que empezar a hacer con mascarilla y montados en cuatro ruedas. Cosas que tiene el coronavirus.
Cine de verano
Otra de las opciones que se están planteando como alternativas a las tradicionales salas de exhibición son los cines de verano. Quien tenga o haya tenido pueblo bien sabe de lo que hablamos. Estos lugares al ser al aire libre permiten que los espectadores mantengan la distancia de seguridad de dos metros con más facilidad y hace que el aforo no esté tan limitado a las capacidades de la sala. Eso sí, aquí la comodidad de la butaca queda relegada a una silla de bar, por lo que si puedes llevarte un cojín o almohada para las posaderas, mejor que mejor.
Ciudades como París, Nueva York o Amsterdam, repletas de centros comerciales, salas de exhibiciones y demás espacios dedicados al entretenimiento, han visto con buenos ojos utilizar esta alternativa durante el verano –aprovechando el buen tiempo– con el objetivo de que los ciudadanos puedan seguir disfrutando del cine más allá de los exhibidores tradicionales. Plazas, parques y auditorios pasan a ser oficialmente nuestras nuevas salas de cine.
En España, ciudades como Madrid o Barcelona también van a apostar por esta modalidad de exhibición pese a las restricciones provocadas por el coronavirus. En la capital, de junio a septiembre, aprovechando las cálidas noches veraniegas, se organizan los clásicos ciclos de cine de verano en espacios culturales al aire libre, como la plaza de Matadero o el edificio de Conde Duque. Mientras que en la Ciudad Condal, aprovechando su posición geográfica, se reconvertirá algunas de sus playas en salas de cine para acoger el festival Cinema Lliure a la Platja, cuya programación aún se está perfilando, pero que se celebrará del 30 de julio al 27 de agosto. Entre chapuzón y chapuzón una buena sesión de cine alternativo.