Los fans de las docuseries sobre sectas y conspiraciones están de enhorabuena. Dentro de ese vigoroso momento del que está gozando el género en los últimos tiempos gracias a popularizados documentales como ‘Wild Wild Country’ (C. y M. Way, 2018), ‘Tiger King’ (E. Goode, R. Chaiklin, 2020) o ‘El Palmar de Troya’ (I. del Santo, 2020), se podría enmarcar también la nueva película documental de Matt Wolf, ‘Spaceship Earth’, sobre un grupo de idealistas contraculturales que buscan dar respuestas a la problemática del cambio climático a comienzos de los años 90, mediante la puesta en marcha de una enorme biosfera artificial que imitase las condiciones naturales de la Tierra.
Quizás la premisa en sí no sorprenda demasiado, pero todo cambia cuando comentamos que esta comuna de eco-entusiastas decidió realizar un casting para seleccionar a ocho voluntarios que deseasen encerrarse en la biosfera durante dos años y sin contacto con el exterior. O sea, una especie de ‘Gran Hermano’ ecológico.
Después de su paso por el Festival de Sundance y Sitges, ‘Spaceship Earth’ puede disfrutarse en Filmin y te aseguramos que el viaje es tremendo. Bienvenidos al confinamiento experimental que fue tildado de secta y que desafió a toda la comunidad científica estadounidense.
Biosfera 2, un mundo dentro del mundo
Lo que parecía un proyecto de investigación ecológica de grandes dimensiones en mitad del desierto de Arizona, con la pretensión de estudiar una posible colonización del espacio, acabó convirtiéndose en un ‘Supervivientes’ a una escala bíblica, además de un lugar de paso para turistas que señalaban a través del cristal el trabajo y la convivencia de los integrantes, como si se tratase del acuario de un oceanográfico.
Acabó convirtiéndose en un ‘Supervivientes’ a una escala bíblica, además de un lugar de paso para turistas que señalaban a través del cristal el trabajo y la convivencia de los integrantes
En mitad de la localidad de Tucson (Arizona) encontramos una moderna estructura gigantesca, una “jungla de cristal” que ocupa más de dos campos de fútbol y que contrasta con el entorno árido y desolador a su alrededor. Su interior, sin embargo, alberga un mundo entero: una selva, un desierto, una sabana y un arrecife de coral oceánico. La llamada “Biosfera 2” abrió sus puertas por primera vez el 26 de septiembre de 1991 para investigar la posible subsistencia mediante la autogestión ambiental, así como el estudio de un posible modo de vida en un planeta B. Durante dos años, ocho personas con intereses eco-ambientales convivieron en aquel universo paralelo creado por el humano, donde los tiempos de las cosechas y la cría de animales las marcaban ellos mismos.
Pero jugar a ser Dios, como todas las historias de ciencia ficción nos han demostrado una y mil veces, puede ser peligroso. Durante los dos años de confinamiento de los participantes sucedieron una serie de problemáticas relacionadas con la escasez de recursos y las presiones ejercidas desde el exterior – desde críticas sobre la gestión aparentemente sectaria del grupo hasta los reproches sobre el carácter televisivo del experimento –, que casi terminan antes de hora con aquella fantasía hecha de compost.
“Se llama Biosfera 2 porque la 1 es la Tierra”, comenta en el documental John Allen, inventor y director de la expedición. Como en toda religión, siempre hay un mesías que encabeza la senda por la que circulan sus seguidores. Allen era el motor propulsor de un grupo de estudiantes que a mediados de los años 60, motivados por el aura hippie de la época y la aventura espiritualista descrita en la novela ‘El Monte Análogo’ de René Daumal, decidieron fundar una comuna que se dedicase a proporcionar beneficios a la sociedad.
Querían ser multidisciplinares: artistas, constructores y científicos. Y no hubo prácticamente nada que se les resistiese. Tenían un espíritu libre, sí, pero eso no les impedía organizarse bajo un fuerte impulso capitalista y una especial atención a su propia imagen en los medios. Se alejaron de toda clase de sustancias nocivas propias de la época que pudiesen acabar pronto con la unión del grupo y empezaron a ejercer su actividad con una pequeña compañía teatral de vanguardia: el Teatro de Todas las Posibilidades. Sus chiflados ensayos en grupo y las funciones por diferentes territorios les proporcionó un gran sentido de la performance, concepto base que acabaría vertebrando de alguna manera la identidad de cada uno de sus proyectos posteriores.
Se alejaron de toda clase de sustancias nocivas propias de la época que pudiesen acabar pronto con la unión del grupo
Deseosos por establecer una conexión más directa con la naturaleza e inspirados por diferentes intelectuales como William Burroughs, construyeron el Rancho Synergy, donde se asentaron bajo una cúpula que representaba la unión del colectivo. Hasta aquí la historia podría ser una versión naíf de la familia Manson y su rancho de Los Ángeles. Pero el grupo capitaneado por Allen era un culo inquieto y no concebía permanecer en un mismo lugar demasiado tiempo. Sin experiencia en la ingeniería construyeron un barco, el Heraclitus, con la ayuda de la arquitecta Margaret Augustine. Y con él viajaron por todo el mundo, lo que también les proporcionaría una visión global de este planeta en detrimento.
Biosfera 2 es el resultado, más o menos lógico, de la aplicación de todo lo aprendido por el camino: un universo fake en el que una pandilla de biólogos freaks pudiese vivir mientras investigaba posibles soluciones al cambio climático. “Entrar no era encerrarme, era encerrar al resto del mundo en el exterior”, afirma una de las integrantes, considerando Biosfera 2 como el mundo ideal. Los “biosferianos” (así se hacían llamar) habían encontrado, sin duda, su hábitat natural.
¿Ciencia o sectarismo?
Pero los propósitos de la misión siempre fueron puestos en entredicho por su tendencia al sensacionalismo. La selección de los “biosferianos” que vivirían allí fue realizada mediante pruebas de teatro coreografiadas por el propio Allen. Para más espectáculo, el líder, junto al resto del equipo, no tardó en organizar visitas turísticas al contorno del edificio para rentabilizar gastos. Parecía más importante compartir los excéntricos ideales del grupo originario y una cierta indiferencia al hecho de ser observado, que tener una formación de laboratorio para residir en Biosfera 2.
Los propósitos de la misión siempre fueron puestos en entredicho por su tendencia al sensacionalismo
Las imágenes de entrada del equipo al terrario recuerdan a los típicos noticieros de astronautas entrando a una nave espacial. El público les animaba con pancartas a su alrededor. Eran los héroes del momento. Pero la crítica científica fue contundente con ellos. Aunque figuras como la actriz Bette Midler y la bióloga Jane Goodall dieron su aprobación pública a la expedición, no hubo tregua para estos “intrépidos exploradores”. La elección de los uniformes corporativos tampoco ayudó para aportar seriedad al asunto. Ataviados con trajes de diseño rojos y de corte futurista, el grupo parecía una embarcación de Star Trek reconvertida en seguidores de Osho.
Conforme pasaba el tiempo en el interior del edificio de cristal, los medios de comunicación comenzaban a hacerse eco del teatrillo que parecía haberse montado en pleno desierto. La misión implicaba que supuestamente los habitantes del Biosfera 2 fuesen autosuficientes, objetivo que comenzó a ser desmentido por el equipo ante los síntomas de derrumbamiento. En el día 12 de su estancia, la “biosferiana” Jane Poynter se cortó el dedo con una máquina y tuvieron que extraerla del centro durante 7 horas para operarle.
Si los integrantes buscaban un momento de soledad, se encontraban a decenas de visitantes observándoles a través del cristal
Aquí comenzaron los roces entre convivientes, quienes ahora debían repartirse el trabajo de Poynter, incapacitada durante un tiempo. Con el paso de los meses, además, los altos niveles de CO2 dejaban a la tripulación exhausta y sin aliento, generando así el creciente malestar entre ellos mismos. La escasez de oxígeno llegó a límites que estuvo a punto de causarles daños cerebrales. Su alimentación constaba de una variedad escasa: no disponían de azúcar, por lo que utilizaban plátanos para endulzar. Adelgazaron. La fauna y la flora de la Biosfera comenzaba a resentirse. Aparecieron plagas y murieron animales. Y si los integrantes buscaban un momento de soledad, se encontraban a decenas de visitantes observándoles a través del cristal.
Y de pronto, un soplo de aire fresco. Se incorporaron filtradores de CO2 – hay quien piensa que siempre estuvieron allí escondidos, al igual que algunos suministros de comida – y los tripulantes comenzaron a recuperar las fuerzas. Hecha la ley, hecha la trampa. Para entonces, la ciencia más academicista daba completamente por anulado cualquier resultado que el experimento pudiese ofrecer.
¿Qué verás en el documental?
El trabajo de Wolf reúne una extensa variedad de archivos para explicar el origen y el transcurso de esta primera misión. Sin embargo, la película se concentra en abarcar únicamente la fase de experimentación de este curioso equipo que comenzó realizando teatro casi circense y acabó poniéndose el mono de laboratorio, evitando extenderse demasiado en la adquisición posterior de la Biosfera 2 por parte de la Universidad de Columbia y la puesta en marcha de una segunda expedición que esta vez duró solo 6 meses y que fue saboteada por Abigail Alling y Mark Van Thillo, dos integrantes de la misión anterior.
La película tampoco explica la posterior venta del terreno para construir hoteles y residencias a su alrededor, con una mirada claramente puesta en el turismo, y tan solo pasa de puntillas, ya hacia el final, que en la actualidad el centro forma parte de la Universidad de Arizona, donde continúa la investigación sobre el cambio climático.
En la actualidad el centro forma parte de la Universidad de Arizona, donde continúa la investigación sobre el cambio climático
Wolf prefiere centrarse en sus protagonistas: el reencuentro, como si se tratara de la reunión de ‘Friends’, con el equipo original en el Rancho Synergy, donde algunos de ellos siguen viviendo en contacto con la naturaleza. Y también le da cancha a los presuntamente “villanos”: bancarios como Steve Bannon (asesor posterior de Donald Trump y conocido por sus ideales negacionistas sobre el cambio climático) o el millonario Ed Bass, que terminaron comprando el complejo para otorgarle nuevas funcionalidades y un lavado de imagen alejado del sectarismo.
Bajo una ligera pátina de investigación científica, ‘Spaceship Earth’ parece más interesada en buscar un final feliz para su alucinado conjunto de aventureros que en un posible debate ecológico sobre la salvación climática. El material del que parte, sin embargo, resulta tan potente que, una vez terminado el documental, resulta complicado no acabar curioseando imágenes de Biosfera 2 en Google Maps.