Cuando era pequeño, mi abuela solía excusar a los fumadores que aparecían en las fotos antiguas diciéndome: “Antes no se sabía lo malo que era el tabaco. Empezar a fumar ahora es de idiotas”. Yo tendría 15-16 años y, efectivamente, era uno de esos idiotas. Sospecho que algo se olía.
A mediados de los 90, empezaron a aparecer mogollón de estudios que demostraban que TABACO es igual a MUERTE. Así que con el elefante descomponiéndose en medio del salón, los gobiernos ya no podían mirar hacia otro lado: retiraron la publicidad de las tabacaleras, prohibieron fumar en espacios cerrados y metieron fetos podridos y tráqueas reventadas en las cajetillas.
Los millennials crecimos rodeados de mensajes institucionales que alertaban sobre los riesgos de consumir aquellas “antorchas de la libertad”, eufemismo que Edward Bernays –sobrino de Freud y creador del PR– utilizó en la mítica campaña de Lucky Strike del 29 para conectar el deseo de empoderamiento femenino con el seductor y otrora masculino acto de fumar. Le salió bien la psicoanalítica estafa: la mitad de la población empezó a respirar humo para sentirse libre.
La mala alimentación ya produce más cadáveres que fumar. Unos 11 millones al año.
Hoy, la historia se repite, pero con la industria de los ultraprocesados. Una investigación publicada recientemente en la revista BMJ (British Medical Journal) afirma que comer esa chatarra cuatro veces al día aumenta en un 62% el riesgo de palmar. La mala alimentación, según otro estudio de The Lancet, ya produce más cadáveres que fumar. Unos 11 millones al año.
Frente a esto, un lobby todopoderoso reacciona infatigable lanzando multimillonarias campañas de desinformación, contaminando a asociaciones médicas y financiando estudios que se esfuerzan en demostrar —no con pocos quiebros retóricos— por qué desayunar tres croissants industriales te aporta la energía que necesitas cada mañana. Cosas así. Están haciendo ciencia.
Pero la historia pone a todos en su sitio y, como ya sucedió con el tabaco en los 90, los estados empiezan a tomar medidas. Nuestro Ministerio de Consumo ya ha dado un importante paso prohibiendo la publicidad de alimentos ultraprocesados dirigida a menores. Evidentemente, todavía hay mucho por hacer, especialmente en relación con el etiquetado y la regulación de partnerships con asociaciones médicas; pero la guerra solo acaba de empezar.
*@grey_trash es el artista gráfico Eduardo Naudín, autor de ‘Me debes dinero’ y cofundador de Mundo Gris, revista sobre memes y cultura digital.
¿Qué es un alimento ultraprocesado?
Un alimento ultraprocesado es, según la clasificación NOVA que categoriza a los alimentos en función del procesamiento que han recibido, aquel que se elabora a partir de ingredientes procesados y no contiene ingredientes frescos o que puedan identificarse en su presentación final. Según esta clasificación, los ultraprocesados pertenecen al grupo 4, los villanos del grupo.
Se tratan de productos industriales con más de 5 ingredientes en general que suelen contener productos del grupo 2 (sal, azúcar, mantequillas, panela, miel, jarabe de arce, aceites vegetales, vinagres) más un sinfín de aditivos. Además, están sometidos a procesos poco naturales como hidrogenización, extrusión, molturación… Aquí encontraremos los bollos, galletas industriales, snacks salados y dulces, los cereales del desayuno, embutidos tipo pavo, salchichas, alimentos preparados como pizzas, pastas, congelados como nuggets, hamburguesas.