Nunca serás tan amante de los gatos como lo fue Freddie Mercury

Si te faltaban razones para amar al carismático líder de Queen, te damos un motivo más muy gatuno.

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Que Freddie Mercury era un tipo bastante peculiar no es secreto de Estado. Lo mismo montaba una juerga en la que los camareros servían desnudos —y un grupo de enanos se paseaban delante de los invitados con bandejas llenas de cocaína atadas a sus cabezas— como disfrazaba de hombre a la misma Lady Di para llevarla de fiesta a un local de ambiente londinense. O le contaba a un periodista que había incluido en su testamento a sus mascotas. Porque el líder de Queen adoraba a sus gatos.

Todo hace indicar que llegó a tener doce a lo largo de su vida. Algunos, adquiridos de raza. Otros, adoptados o fruto de un regalo. Su amiga íntima Mary Austin —con la que el cantante mantuvo una relación sentimental durante seis años— le había regalado dos de ellos —Tom y Jerry— a principios de los setenta, cuando aún estaban saliendo juntos —años después le regalaría otro gato, Tiffany—.

De hecho, Austin y Mercury se mantuvieron unidos después de que su affaire terminase en 1976 —cuando él le confesó que era gay—. Después de aquello, él decidió abandonar el apartamento que ambos compartían en el barrio londinense de West Kensington, pero acabó comprándole a la que llamaba su ‘esposa’ —aunque nunca llegaron a casarse— una casa, y la contrató como su asistente personal. Pero, como buen rey del exceso, Mercury siguió adquiriendo mininos. Primero vino Oscar, que inicialmente pertenecía a uno de sus socios. Y luego se aficionó a rescatar gatos de la protectora de animales Blue Cross —de ahí, por ejemplo, procedían Miko, Romeo, Lily y Goliath—.

Freddie Mercury, junto a sus gatos Oscar y Tiffany.

Para él, los gatos eran los únicos seres leales e incondicionales que rodeaban al hombre. El amor que sentía por sus mininos era tan grande que, cuando andaba de gira, los llamaba por teléfono a diario, en cuanto llegaba a su hotel, y les contaba cómo le había ido el día o lo mucho que los extrañaba. “Mary [Austin] cogía a Tom y a Jerry, en turnos, para que escucharan a Freddie hablar. Esto continuó a lo largo de los años, con los sucesivos ocupantes felinos de sus casas”, relataba su asistente Peter Freestone en su suerte de biografía Mister Mercury. Es más, Freddie dedicó las notas de su primer álbum en solitario, Mr. Bad Guy (1985), específicamente a Jerry. “Este álbum está dedicado a mi gato Jerry; también a Tom, Oscar y Tiffany, y a todos los amantes de los gatos de todo el universo. ¡Que se jodan todos los demás!”, rezaba el texto.

“Freddie trataba a los gatos como a sus propios hijos”, explicó Jim Hutton, novio de Mercury durante sus últimos siete años de vida, en sus memorias Mercury and me

“Freddie trataba a los gatos como a sus propios hijos”, explicó Jim Hutton, novio de Mercury durante sus últimos siete años de vida, en sus memorias Mercury and me. “Se preocupaba constantemente por ellos, y si alguno de ellos sufría algún daño cuando Freddie estaba fuera, que el cielo nos ayudara… Durante el día, los gatos corrían por la casa y los terrenos, y por la noche uno de nosotros los reunía y los traía adentro”.

Incluso en el último vídeo musical que grabó, These are the days of our lives —donde, por cierto, lucía ya un aspecto bastante enfermizo—, el cantante apareció ataviado con un chaleco con estampado de gatos creado para él por su amigo Donald McKenzie — consiguió que un amigo suyo los pintase a mano a partir de una serie de fotografías de cada uno de los gatos de Mercury que le facilitó previamente—.

Eso sí, su verdadero ojito derecho tenía nombre de personaje bíblico: Delilah. El de Zanzíbar la adoptó en 1987 —el mismo año que descubrió que tenía sida— y, desde ese momento, se rindió ante su blanco y gris pelaje. Incluso llegó a homenajearla en la canción homónima Delilah, incluida en Innuendo —el último disco de Queen grabado con Freddie Mercury en vida—. Un tema donde habla de lo irresistible que es y lo mucho que le hace sonreír, aunque muerda y arañe cuando está de mal humor, y se orine en sus muebles de baño Chippendale. Y la gata, agradecida y emocionada, estuvo junto a él —durmiendo a los pies de su cama— hasta que el artista murió, debido a una bronconeumonía provocada por el sida, el 24 de noviembre de 1991.

Como cabía esperar, el contenido del testamento de Mercury copó las portadas de medio mundo. Y muchos aseguraron que los principales beneficiarios del cantante eran sus gatos. Él, desde luego, había llegado a afirmar —según se cuenta en el libro Freddie Mercury. Su vida contada por él mismo, basado en declaraciones del artista— que “Nadie más sacará un solo penique, excepto mis gatos Oscar y Tiffany. Aparte de ellos, no voy a regalar ninguna de mis cosas cuando esté muerto. Voy a acapararlo todo”.

El artista se preocupó de que los felinos se quedaran en la casa que el líder de Queen compartió con ellos hasta que pasaran a mejor vida

Pero, ¿recibieron entonces los felinos alguna herencia? Parece que ninguno figuró finalmente entre los destinatarios del dichoso testamento. Mercury decidió repartir su riqueza entre sus padres y su hermana pequeña Kashmira. Su pareja (Hutton), su cocinero (Joe Fanelli) y su asistente (Freestone) recibieron una cantidad de medio millón de libras cada uno. Y Mary Austin, la más afortunada de la pandilla, se convirtió en la principal beneficiaria, al recibir la mitad de su fortuna —valorada en casi nueve millones de libras—, los derechos de autor de sus canciones y su mansión Garden Lodge —situada en Kensington y valorada en más de 22 millones de euros de la época—. Eso sí, el artista se preocupó de que los felinos se quedaran en la casa que el líder de Queen compartió con ellos hasta que pasaran a mejor vida. Menos da una piedra.