Un niño ve aparecer la silueta de un tiranosaurio en el recinto de un autocine. En cuestión de segundos la cotidianeidad del espacio da paso al pánico colectivo de los espectadores. El dinosaurio llega hasta la pantalla y se hace totalmente visible por la luz del proyector. El prólogo que el director Colin Trevorrow lanzó online hace unos meses como estrategia de marketing de la nueva entrega de Jurassic World estaba pensado, en realidad, para formar parte de los cinco primeros minutos del metraje real del filme. Más allá de hacernos abrir apetito tras la larga espera desde que J.A. Bayona estrenase su precuela, ‘El reino caído’, en 2018, el fragmento de poco más de 5 minutos homenajea el lugar donde vimos dinosaurios así de realistas, o al menos la imagen colectiva que tenemos de ellos: el cine.
Después de la incursión del director español en la archiconocida saga comenzada por Steven Spielberg en 1993, Trevorrow vuelve a los mandos de la que supone la culminación de la nueva trilogía que regresó a partir de 2015 con los rostros de Chris Pratt y Bryce Dallas Howard como nuevos héroes especialistas en la versión vivita y coleando de la paleontología. Trevorrow, que también ha co-escrito los guiones de este renacimiento cretáceo, regresa a la dirección en un momento decisivo en la historia de la saga, que contempla por primera vez en su larga historia cinematográfica la batalla definitiva por la supervivencia de la especie más destructiva. ¿Serán los dinosaurios o serán los humanos?
Desgranamos las claves que definen esta última ‘Jurassic World: Dominion’, así como la culminación de una trilogía que, pese a vivir bajo la sombra de su predecesora, ha intentado proclamarse con el rugido más fuerte del zoológico.
La agenda ecológica
Con la reactivación de la saga en un momento en el que los blockbusters parecen verse en la obligación de cumplir con una agenda socio-política, ciertos temas eran inevitables a tener en cuenta en el horizonte narrativo del nuevo Jurassic World. A partir de la anterior entrega, ‘El reino caído’, ya se resquebrajaba la grieta por la que los seres clonados podrían colarse y escampar a sus anchas, generando así varios debates de calado científico: ¿son los progresos tecnológicos una manera natural de evolución? ¿Quién merece la extinción y quién la supervivencia? Motivos como la experimentación biológica o la degradación del planeta que tiene como centro responsable las acciones del ser humano ya aparecían en la trilogía inicial, pero se subrayan ahora a medias tintas, buscando la misma dosis de reflexión existencial que de acción imparable.
‘Dominion’ presenta desde su inicio todas estas cuestiones al mismo tiempo que recuerda lo sucedido en entregas anteriores: la accidentada redefinición del parque temático, la erupción del volcán en Isla Nublar y el fallido intento de retener ejemplares de dinosaurio en el chateau de Benjamin Lockwood (James Cromwell) con el fin de ser subastadas… La negligencia y la avaricia humana han sido constantes en la saga jurásica pero es ahora cuando la alarma real por el cambio climático nos hace identificarnos con el problema medioambiental de escala titánica que la ficción plantea.
Para más hincapié sobre el cataclismo del planeta, una compañía futurista continúa experimentando con las posibilidades que la nueva genética aparecida en los dinosaurios puede ofrecer. Sus enormes langostas mutables son las responsables de la devastación de los campos de cereales en Estados Unidos, lo que amenaza la supervivencia humana, por si convivir con dinosaurios no fuese ya del todo caótico. Por suerte, un equipo de caras conocidas tiene la oportunidad de salvar el mundo. El nuestro no, porque ya no existe, sino un nuevo mundo atestado de triceratops.
Todo tiempo jurásico fue mejor
No solo regresan a ‘Dominion’ algunas de las caras que hemos ido conociendo durante las últimas películas, como Omar Sy, Justice Smith o la niña (que ya no lo es tanto) Isabella Sermon. También vuelven los iconos, es una nada arrepentida voluntad de incrementar los niveles de nostalgia en el público. Los protagonistas de la primera Jurassic Park –Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum– regresan a sus papeles para oficializar el cierre de puertas de este parque de atracciones.
Las películas de Trevorrow y la de Bayona han jugado la carta de la añoranza por las películas de los 90, con mejores o peores resultados. No nos engañemos. La repetición de la clásica banda sonora de John Williams que tan bien le funcionó a Spielberg, esta vez bajo las partituras de Michael Giacchino, le sienta muy bien a los títulos de crédito o al primer avistamiento de diplodocus por parte de los protagonistas. Por el contrario, la presencia de los científicos Alan Grant y Ellie Sattler, y el matemático Ian Malcolm, no encaja tan bien en la trama. Sus líneas narrativas se antojan forzadas, y su encuentro con las nuevas generaciones de héroes tarda demasiado en suceder. Ante una ausencia de diálogo trascendental entre personajes, el vacío puebla por secuencias que deberían estar cargadas de emotividad.
Ser menor en Jurassic World
Si algo da más miedo que ver un tiranosaurio rugir es, sin duda, verlo desde la perspectiva de un infante. En este sentido Spielberg consiguió trazar la fascinación infantil por los animales –supuestamente extintos– junto con el pavor de sentirse desprotegido ante las bestias, en un verdadero símil que podría estar confrontando la pureza y los valores honestos de los jóvenes contra una adultez siempre corrupta e interesada. La saga está llena de menores huyendo de dinosaurios: en las cocinas de Jurassic Park, en los automóviles rodantes de Jurassic World y entre los recovecos de la mansión Lockwood.
En una especie de acumulación de tramas en el último guion co-escrito por Emily Carmichael, por el contrario, las dinámicas se restablecen cuando la niñez da paso a la vida adulta. La pequeña Maisie encara sus 14 años con toda una serie de preocupaciones acerca de su identidad real y la búsqueda de sus orígenes familiares. Con una personalidad rebelde y acorazada, precipita la detonación de los acontecimientos para acabar encontrando una resolución bastante tibia y breve. Con la multitud de personajes sobre el papel surge una falta de miradas con las que identificarse, responsables de que esta película resulte la más impersonal en comparación a las anteriores.
‘Dominion’ tiene en común con el resto de la trilogía la incongruencia de querer alzarse como producto independiente y sus deudas a las películas originales. Una factura impresionante y unos guiones con aires existencialistas e incluso bíblicas –por aquello de la creación de nuevos seres vivos– no deja suficiente espacio para el gozo desacomplejado del espectador. Desde esta perspectiva, esta ¿última? entrega de la saga obliga a repensar la propuesta de Bayona, con sus luces y sus sombras, como la más interesante, emocionante y juguetona de la nueva trilogía.