Puede que tú también hayas vivido eso de sentir que has de hacer una videollamada por obligación con tus compañeros de trabajo, tu familia o, incluso, tus amigos. Puede que ya estés harto de tanto Zoom, Facetime, Skype y demás aplicaciones para videollamadas. Y, seguramente, te veas como el bicho raro de tu grupo de amigos al ver el hype con el que te saturan a charlas virtuales. Pero te aseguramos que no eres la excepción y lo que te pasa es normal. De hecho, tiene hasta nombre. Padeces lo que los expertos llaman ya “fatiga de Zoom” (por la app), un cansancio y ansiedad causado por el uso continuado de las videollamadas. Puede resultar raro que una videocall llegue a causar alguna distracción, pero lo cierto es que exige a nuestro cerebro un trabajo mayor del que parece.
Según Vodafone, desde el 9 de marzo el uso de Zoom ha crecido un 4.979%, Google Hangout, un 4.684% y Skype, un 1.216%. Un auge provocado por el confinamiento que ha agregado a nuestra rutina diaria de cuarentena esta nueva manera de relacionarnos.
Sin embargo, todo en exceso acaba cansando. “No soporto las videollamadas. Al principio eran la novedad para sentir a tus amigos. Pero a eso le debes sumar las llamadas interminables con tus jefes o las clases online con la universidad. Al final se convierte en un compromiso y no es divertido”, asegura Macarena Jara. Esta madrileña de 30 años es una hater de las charlas virtuales. Y no es la única. Los expertos explican que las videollamadas se hacen tan agotadoras porque nos exigen una atención y un esfuerzo mayor, ya que que durante la conexión perdemos toda la información que de normal recibimos a través de la comunicación corporal y la gestualidad. “Es algo a lo que no estamos habituados y lo que más echa en falta nuestro cerebro es la comunicación no verbal, la gesticulación, las posiciones, el movimiento de los ojos y toda esa información que de forma normal integramos y que ahora nos falta”, explica José Antonio Molina, doctor en psicología y profesor en la Universidad Complutense de Madrid. “Si nos faltan cosas como el contacto físico eso nos afecta en nuestro estado anímico. Y, sobre todo, personas muy cercanas y afectivas son los que más pueden notarlo”, apunta.
Macarena nunca ha sido fan de ellas, pero otros muchos las cogieron con ganas, aunque con el paso de las semanas han acabado aborreciéndolas. “Vivo solo y los primeros días fueron angustiosos. Tenía la necesidad de hablar con la parte familiar para desahogarme y con los amigos hacía videollamadas para buscar planes alternativos, ha habido hasta borracheras. Pero, ahora, se vuelve monótono. No dejas de estar en tu salón y no hay mucho que contar”, admite Diego Cagigas. Este treintañero pasó de hacer varias videollamadas semanales a cansarse rápido de ellas. “Tengo poca paciencia y quiero acabar el tema rápido”, nos cuenta.
Un agotamiento que aumenta cuanto mayor es el número de participantes. El psicólogo José Antonio Molina lo ejemplifica así: al estar todos los rostros expuestos frente a nosotros, como en una galería, se ve afectada nuestra visión central del cerebro que quiere descodificar a tanta gente, al mismo tiempo que acaba saturado. “Estás manteniendo la atención en muchos estímulos, lo que hace que la fatiga llegue mucho antes. Estás pendiente de uno que, aunque no esté hablando, está haciendo algo y, claro, es mucho más cansado para el cerebro. Tú en persona a todo eso no le prestas ni atención y lo integras de forma inconsciente”, apunta el psicólogo.
Además del cansancio, puede aumentar el estrés y la ansiedad al sentirnos más expuestos, ya que en una videollamada no es tan fácil intervenir y crear una conversación fluida. “Estás en una conversación con 7 u 8 personas y, por nuestra cultura, cuando habla uno empieza a hablar otro y hay conversaciones colaterales, es decir, no estás tan sobreexpuesto. Aquí es más complicado intervenir y quien habla pasa a ser el centro de observación”, apunta Molina. Vamos que en el mundo virtual las charlas pasan de ser colaborativas a compartimentadas y al hablar por turnos tan marcados, quien interviene puede incluso sentirse como un conferenciante ante su audiencia.
Socializar por obligación
Sin embargo, pese al agotamiento, muchos acaban participando por la presión del grupo. “Me siento mal porque si no participas eres como la antisocial, la mala amiga o la arisca, así que termino haciéndolo por presión social. Tengo la obligación de hacerlas”, lamenta Macarena. Pero, ¿hasta qué punto se puede medir una amistad por el número de videollamadas que se hagan? “Antes no hablábamos o veíamos a nuestros amigos todos los días, ¿por qué ahora sí? Y, a veces, no ha pasado nada como para que exista un tema de conversación. Además, para una videollamada debes estar presentable y en mi casa me gusta ir a mi bola”, señala Macarena.
Pero este desgaste no sólo afecta a nuestro plano social, también al laboral. Quienes están habituados a dar conferencias notan un desgaste mayor al hacerlas. José Antonio, además de profesor en la UCM, también participa en congresos de psicología y con el cambio a las ponencias digitales se siente más agotado, tanto mental como físicamente. “No puedes tratar igual con la gente, ni ellos se animan tanto a participar. Te da muchísimo más trabajo y acabas más cansado. Incluso con la voz, ya que tienes que hablar más tiempo porque la gente interviene menos”.
Pese a todo, hay quienes están encantados con las videollamadas y ya las han integrado en su “nueva normalidad”. Es el caso de José Antonio Saéz que dice hacer un mínimo de tres videollamadas al día. “Al principio me parecían absurdas, pero luego le coges el truco y te enganchas. Acabo una y busco a otro para llamar. Incluso la ducha se me hace más amena si escucho a mis amigos hablar”. Este periodista busca continuamente planes para evitar la monotonía en estas conexiones. “Con unos amigos he preparado un escape room, con otros me he disfrazado y con otros he hecho el videoclip de una canción. También he organizado fiestas mientras un amigo pinchaba. Hasta he discutido por videollamada”, nos relata.
Otra visión de los expertos es que puede haber personas que salgan beneficiadas de este nuevo formato de socialización. “Puede haber gente con pocas habilidades sociales o personas con trastornos como el del espectro autista que en una comunicación cara a cara lo tienen más difícil y aquí pueden seguir mejor unas pautas de comunicación”, señala Molina. Aunque si hablamos de beneficios con las videollamadas, el más afortunado, sin duda, es Eric Yuan, el creador de Zoom. La aplicación estrella de las videollamadas ha pasado de tener 10 millones de usuarios al día en diciembre a tener 200 millones en marzo y 300 millones en abril. Una popularidad que ha aumentado un 140% el precio de sus acciones y ha hecho que Yuan entre en la lista Forbes con una fortuna de más de 7.160 millones de euros.