Acostumbrados a un hermetismo que se extendía más allá de su poder político y militar, la antigua Unión Soviética (URSS) dejó para la historia algunos de los edificios más representativos de lo que hoy conocemos como arquitectura brutalista o, lo que es lo mismo, edificios megalómanos donde el hormigón y su color grisáceo predominaban, básicamente, por imposición ideológica. Sin embargo, entre tantos grises, el fotógrafo canadiense Christopher Herwig ha sabido extraer algo de color. En sus dos libros, reciéntame publicados, refleja cómo eran y cómo sobreviven al tiempo las antiguas marquesinas de bus soviéticas, pequeños nichos de arte en ninguna parte, donde el diseño y la libertad de formas rompen con lo establecido durante aquella época.
Desde las costas del Mar Negro hasta la interminable estepa kazaja, Herwig ha documentado y fotografiado todas las paradas de autobús que se fue encontrando a su paso. En total, más de 40.000 kilómetros recorridos en coche, autobús y taxi con una mochila a su espalda y la compañía de su inseparable cámara de fotos. Todo empezó en 2002, cuando se disponía a unir Londres y San Petersburgo en bicicleta; entonces, se percató del diseño de algunas de las paradas de autobús que veía por Rusia. A partir de ahí, su curiosidad se disparó e inició una investigación que le llevó a recorrer quince antiguas repúblicas soviéticas y a publicar ‘Soviet Bus Stops’, dos libros con imágenes de las marquesinas más espectaculares que encontró.
“Se construían, casi, sin restricciones presupuestarias o de diseño. El resultado es una asombrosa variedad de estilos que van desde el brutalismo más estricto a los caprichos más exuberantes”
Su trabajo sorprende porque recoge una época en la que el arte y la arquitectura estaban monopolizados por un pensamiento único; sin embargo, la Unión Soviética hizo una excepción en su autoritarismo y cedió las paradas de bus para poder crear sin limitaciones. “Se construían, casi, sin restricciones presupuestarias o de diseño. El resultado es una asombrosa variedad de estilos que van desde el brutalismo más estricto a los caprichos más exuberantes”, explica.
Sus libros —el primero, con imágenes de las antiguas repúblicas soviéticas y, el segundo, de Rusia— son un roadtrip por Ucrania, Georgia, Lituania, Estonia y un sinfín de países acabados en –istán. Toda una aventura por la antigua URSS de parada en parada.