Hace ya 5 años que surgió el movimiento #MeToo y por si quedaba alguna duda, no habrá nadie que se salve del aquelarre del empoderamiento. La serie documental de Alexandra Dean y Arlene Nelson, Secrets of Playboy, estrenado en la cadena estadounidense A&E—de momento se desconoce cuándo se estrenará en España—, ha reabierto uno de los temas más polémicos de la cultura americana de finales del siglo XX y comienzos del XXI: el imperio consolidado por Hugh Hefner a partir de su revista Playboy y su proclamación por la libertad sexual. Eso sí, esta vez las directoras han decidido contar con las voces de las afectadas más directas: algunas de las “conejitas” que dejaron su paso por la famosa mansión de Hefner y con ello, un rastro de traumas, episodios de acoso, escándalos de drogas y operaciones de estética.
Desgranamos todas revelaciones que nos ha dejado este documental.
Un joven visionario
Cuando el empresario de 26 años Hugh Hefner fundó su propia revista, lo hizo sin demarcarle un número, pues no estaba convencido de que fuese a haber una segunda publicación. Muy pronto, aquella primera portada de Marilyn Monroe de 1953 comenzó a alcanzar notoriedad. Hefner había topado con un nicho perfecto en una era de conservadurismo y escasa liberación sexual. No solo rompió los tabús establecidos con sus famosos desplegables de jóvenes ligeras de ropa, sino que a partir de los años sesenta al deleite masculino le acompañaban entrevistas a personalidades como Orson Welles, Carl Sagan, John Lennon, Yoko Ono o Fidel Castro e incluso relatos de Margaret Atwood, Ray Bradbury, Vladimir Nabokov o Haruki Murakami, entre otros.
Hefner acogió toda una filosofía que, según él, defendía el empoderamiento femenino. Construyó una vida acorde a su polémico pensamiento, de manera que resultaba complicado separar la línea editorial de su creador. Hefner era Playboy y Playboy era sinónimo de Hefner. Por supuesto, se llevó varias reprimendas durante los años setenta por parte de activistas feministas como Susan Brownmiller, quien le señaló de objetivar a las mujeres, mientras que él conseguía salir airoso con su imagen de dandi elegante. Su carácter hedonista, con su icónica pipa siempre colgando de los labios, y la ligereza con la que hablaba del amor que procesaba hacia todas las mujeres también fue motivo de admiración por sus seguidores.
Un Disneyland del deseo
Este Walt Disney del erotismo con ansias de imperialismo construyó el parque temático de sus sueños: una casa enorme donde viviría con sus múltiples novias (obviamente, eso de la monogamia no iba con él), y organizaría las fiestas que serían la comidilla de todo Los Ángeles. En la mansión Playboy se daba lugar todo tipo de encuentros sexuales entre las “conejitas” – algunas de ellas vivían allí –, los amigos y familiares de Hefner y los magnates del espectáculo y los medios de comunicación que frecuentaban el sitio. Según el documental de A&E, Hefner siempre se había mostrado orgulloso al comentar que prácticamente cada habitación de la casa estaba monitorizada. Entre sus estancias existía un cuarto con diversas pantallas desde el cual podía ejercer de voyeur. La casa, además, contaba con piscina, zoológico, sala de juegos y todos los servicios propios de un hotel, como lavandería o catering, al servicio de sus habitantes e invitados.
Algunas de las “conejitas” acudían allí para labrarse un futuro como modelos, convertirse en las próximas portadas de la revista y llevarse el título de Playmate del Mes. Muchas otras trabajaron como camareras y mujeres de compañía en varios de los locales nocturnos y casinos que Hefner abrió bajo la marca Playboy, considerada ya toda una franquicia. Ellas vestían con las míticas orejas de conejo y pajarita, y estaba estipulado que hiciesen un estudiado movimiento sensual cada vez que servían las copas. Los clientes no tenían permitido tocar a las chicas ni jugar con el pompón que llevaban en el trasero a modo de cola de conejo. Supuestamente, Hefner velaba por la seguridad y la integridad de sus empleadas: si un cliente se propasaba le podían llegar a vetar el derecho de acceso. Pero todo cambiaba cuando llegaba algún pez gordo.
Las chicas eran emborrachadas, drogadas, sodomizadas teniendo sexo entre los matorrales del jardín y posteriormente abandonadas
Casos de acoso y abuso sexual
Además de ser parte del equipo de playmates entre 1972 y 1982, PJ Masten recibió el cargo de Mother Bunny, una figura que de alguna manera velaba por la buena organización de las empleadas. En el documental cuenta que existía una clientela con tarjetas metálicas que les identificaba como VIP: publicistas creativos de Playboy, músicos, artistas y productores de Hollywood tenían carta blanca para pasar tiempo con las chicas. En aquellos casos, las “conejitas” eran animadas a tratar especialmente bien a sus invitados. Figuras como Don Cornelius, Martin Sheen o Regis Philbin pululaban frecuentemente las salas de cabaret, con quienes las chicas tenían permitido irse a cenar fuera del local sin que los clientes tuviesen que pagar un extra. El nombre de Cornelius es citado de manera frecuente en el documental, conectado siempre con el escándalo. Se cuenta sobre él que llegó a invitar a dos hermanas a una fiesta privada, donde fueron separadas en habitaciones diferentes y sodomizadas con piezas de madera.
Masten admite que, durante su labor en aquella época, entre 40 y 50 chicas fueron silenciadas tras sufrir diferentes episodios de abusos sexuales porque, entre otros motivos, la imagen de Playboy debía seguir inmaculada conforme llegaban los preparativos del 25º aniversario de la marca. La encargada de promociones Miki García y la propia Masten colaboraron en las funciones de “limpieza” para que todos aquellos casos no salpicasen a la prensa. Sucedía lo mismo en la mansión, donde Masten asegura que las chicas eran emborrachadas, drogadas, sodomizadas teniendo sexo entre los matorrales del jardín y posteriormente abandonadas. “Les pregunté y las chicas no querían denunciar. No tienes ni idea de todo por lo que tuvieron que pasar. Mi trabajo era ‘reunir las piezas’ de estas niñas. Solo eran niñas”, declara Masten a cámara, sumida en sollozos.
Fiestas, drogas y operaciones de estética
Hefner no era ajeno a todos los escándalos. El equipo de seguridad que acudía a recoger a las chicas tras sus desventuras le presentaba reportes diarios al empresario. Mientras que en los medios de comunicación ofrecía una ambivalente imagen de liberal pero con una inquebrantable moralidad, el empresario admitía todo tipo de prácticas bajo su techo.
El primer episodio de la serie cuenta con las declaraciones de Jennifer Saginor, ex “conejita” y autora de la autobiografía ‘Playground: A Childhood Lost Inside The Playboy Mansion’. La que fuera hija de Mark Saginor, el médico y amigo más cercano de Hefner, vivió desde los 11 años en la mansión donde su padre y ella contaban con habitaciones propias. Hefner fue como un segundo padre para ella, y creció en un ambiente lúdico “ideal” en el que todas las playmates ejercían de su figura materna más próxima. Pero cuando cumplió los 15 años fue alentada a someterse a su primera operación de estética. El propio Hefner y su equipo decidían qué tallas y qué tipo de intervención le convenía a las chicas que posteriormente aparecerían en su revista. Sobre la misma edad, Saginor mantuvo un episodio amoroso con una de las novias de “Hef”. Siendo consciente de ello, el empresario invitó a ambas a su habitación con el objetivo de llevar a cabo un trío bajo la justificación de que “aquí todos somos familia”.
Durante las llamadas “Pig Nights” en la mansión estaba permitido todo tipo de orgías y consumo de sustancias
Durante las llamadas “Pig Nights” en la mansión estaba permitido todo tipo de orgías y consumo de sustancias. En la serie documental, Sondra Theodore, una de las ex novias de Hefner, cuenta cómo el propio patrón utilizaba a algunas de sus playmates a modo de “mulas” para la recogida de cocaína. Posteriormente Hefner la guardaba en un gran armario secreto, pero también podía encontrarse droga escondida hasta en la ornamentación del papel higiénico de los lavabos. El perro de John Dante, amigo cercano a Hefner, se convirtió en un adicto a la cocaína que tuvo que ser encerrado porque iba lamiendo las narices de los invitados. Pero esta no era la única sustancia que podía encontrarse en las fiestas. También se consumía a menudo anfetaminas, speed y metacualona, a la que Hefner llamaba “separador de piernas”.
Secrets of Playboy tiene previsto el estreno de nuevos capítulos que prometen revelar más información sobre la inabarcable colección de anécdotas que sobrevuelan el nombre de Playboy. Con ello pretende acabar de una vez por todas con la imagen familiar que la figura de Hefner ha trascendido en Estados Unidos durante décadas de depravación y vacíos legales. En la actualidad la marca ha decidido desligarse completamente de la familia de Hefner, fallecido desde 2017, justo antes del comienzo del #MeToo. Sin embargo continúa arrastrando una memoria cada vez más complicada de obviar en tiempos de retrospección.