El chico canta, baile e incluso sabe actuar. Lleva un sombrero de vaquero como seña de identidad, pero eso no es todo. Una máscara le cubre los ojos, y de ella nace una cortina de flecos de lo más glam que esconde la totalidad de su rostro. No se trata del nuevo superhéroe de Marvel ni de un personaje de Tarantino. Hablamos de Orville Peck, una de las promesas más recientes de la música country estadounidense que te llamará la atención por su atuendo estrafalario y te engatusará por su voz de barítono.
Hace poco más de dos años que Peck lanzó su carrera musical con su álbum ‘Pony’. A través de una imagen modernizada (y porqué no, erotizada) del clásico cowboy y unas letras con constantes referencias a desamores entre hombres, esta colección de baladas hizo detonar la masculinidad asociada a la cultura norteamericana tradicional. Su música trae reminiscencias de Johnny Cash y su poesía habla de madrugadas conduciendo por carreteras infinitas de Nevada. Es el caso de su Dead of Night, sencillo que lo posicionó en todas las radios estadounidenses y como banda sonora de algunas ficciones, como la película ‘Possessor’ de David Cronenberg (2020) o la segunda temporada de ‘Euphoria’ (S. Levinson, 2022).
El trovador misterioso regresa ahora con ‘Bronco’, un álbum que busca la depuración de su estilo pero también la convergencia con serenatas y un sonido pop sesentero. Con él trata de afrontar la depresión arrastrada tras la pandemia y continúa estudiando las rupturas, más o menos románticas, con el paisaje estepario de las Badlands. ¿Pero quién se esconde detrás de esa mirada enmascarada? ¿Es posible separar al artista de su arte? Parece que el misterio forma parte de la experiencia narrativa, de esa voz seductora, de su forma de hacer música y de entender las historias. Que comience el rodeo.
Lo que esconde la máscara
Admirador confeso de Dolly Parton y Willie Nelson, de pequeño también era un gran fan de los westerns y la serie de televisión ‘El llanero solitario’ (G. W. Trendle, 1949). Dado que su familia siempre estaba mudándose de un sitio a otro, crecer como niño queer y solitario le hizo conectar muy fácilmente con la figura de un vaquero incomprendido y fuera del sistema.
Mientras que en la actualidad parte de su fandom se obsesiona con la incógnita que genera su rostro velado –algunos medios de comunicación y usuarios de Twitter ya dan por descubierta su verdadera identidad– Peck establece toda una razón de ser sobre su propia iconografía: se reconoce a sí mismo como un hombre al que le gusta el misterio y el antifaz forma parte de su proceso creativo. Una máscara entendida a la inversa de lo acostumbrado: en lugar de ocultar, muestra a Orville Peck con toda su autenticidad. Según declara en diferentes entrevistas, gracias a la incógnita se siente libre de salir al escenario y exponer los sentimientos que rezuman en cada una de sus canciones de amores salvajes y tristeza nostálgica. Igual que Parton era capaz de combinar su lado más camp con el espectáculo, la máscara forma parte de su talante, su vibrato, sus amplios movimientos de brazos y el conjunto de su puesta en escena.
Vaqueros y lentejuelas
Y aquí es donde el mundo del rodeo y el de RuPaul se dan la mano. Peck considera su personaje como un acto drag, con el que sacar a relucir de la manera más grandilocuente y brillante todo lo que guarda en su interior. No es extraño encontrar en sus videoclips colaboraciones de personajes públicos por las que siente admiración. Con Trixie Mattel, cantante, compositora y ex concursanta de Drag Race, realizó un simpático dueto llamado Jackson. También en su vídeo Queen of the Rodeo –tema, por cierto, dedicado a una reina del espectáculo que ve llegar el fin de sus días– aparecen diversas personalidades de la escena drag estadounidense, además de diferentes modelos con cuerpos no normativos.
Peck se ha erigido como una de las últimas caras visibles (irónicamente) del activismo LGTBIQ+ en las artes, invirtiendo en cada una de sus obras la concepción de “América profunda”. En el 10º aniversario del disco ‘Born this way’, Lady Gaga contó con Peck para versionar el himno que impulsó al mundo a corear aquello Don’t be a drag, just be a queen. Así como la cantante Miley Cyrus lo invitó a su concierto especial del Orgullo 2021 para la plataforma Peacock. Hasta la estrella Beyoncé contó con él para formar parte de la campaña de su última colección Adidas x Ivy Park.
Más allá de sus colaboraciones para otras artistas, el dueto que realizó con la estrella de los 90 Shania Twain fue un punto culminante en su carrera. Una leyenda inmortal para su tema Legends never die, que fue uno de los singles de ‘Show Pony’, un LP de 6 canciones grabadas en plena pandemia, que continuaba la senda trazada por ‘Pony’ y que servía de puente hacia su próximo disco. El videoclip –donde la propia Twain le roba los versos– reúne todas las pasiones de Peck: el autocine, la película de vaqueros y el brilli brilli en los tejanos.
De pequeño pony a ‘Bronco’
‘Show Pony’ también contaba con la desgarradora y pegadiza balada Drive me, crazy, que cuenta la relación con la carretera entre dos camioneros que siempre van adelantándose el uno al otro. El lenguaje de Peck podría considerarse lo suficientemente cinematográfico para que sus historias nos remitan a imágenes pictóricas sobre viejas glorias y desencuentros amorosos, que no necesariamente tienen que ver con el romanticismo. De ahí que sus vídeos musicales formen una parte casi indivisible de sus temas que refuerzan todo un imaginario icónico.
El trabajo en ‘Bronco’ ha reforzado esta idea. Sus canciones se han ido lanzando gradualmente en cuestión de dos meses, acompañadas en gran parte de videoclips que ilustraban las historias de un Oeste salvaje contemporáneo, predominado por paisajes desoladores, bares de carretera y moteles de mala muerte. Para el vídeo de ‘The Curse of The Blackened Eye’ contó con la participación del actor Norman Reedus, eterno Daryl de la serie ‘The Walking Dead’ (R. Kirkman, 2010) – otro Llanero Solitario en un mundo postapocalíptico – en un rol de amor fantasmal a punto de desvanecerse. También la actriz Riley Keough fue invitada a participar en las fantasías del cantante. En el vídeo del tema Hexie Mountains forman una pareja de ladrones que deciden separar sus caminos. Keough, por cierto, es la nieta de Elvis Presley, influencia innegable de Peck, a quien le dedica un guiño en su canción ‘Outta Time’: She tells me she don’t like Elvis, I say I want a little less conversation please.
Esta canción, además, da buena cuenta de las capacidades de Peck para tamizar su voz de lo más grave a su más agudo casi en una misma sílaba, recurso que utiliza a menudo para dotar de una consistente personalidad a la historia que cuenta, casi como sucede en el estribillo de ‘Dead of Night’. Si ‘Pony’ era el inicio de una carrera prometedora, ‘Bronco’ –otra tipología de caballo– supone la llegada a la madurez y el fortalecimiento musical del cantante. Un animal libre de ataduras. Pero esta vez no todo son baladas de un cowboy triste. La pegadiza ‘C’mon baby, cry’, aúna una melodía casi broadway con una letra de superación que trata de derrumbar los códigos de la masculinidad tóxica.
‘Bronco’ se construye sobre la misma línea que el personaje que lo canta: ambos cabalgan sobre la honestidad de los sentimientos propios y las capacidades del arte por hacer de las historias más cotidianas toda una aventura épica, apelando a sensaciones universales a través de la inquietud, el humor, la diversidad y el homoerotismo.
¿Quién dijo que el country estaba muerto? Orville Peck es una de las últimas pruebas de que es posible darle la vuelta a un género y, de paso, convertirse en un clásico instantáneo.