Cuando Alberto Garzón (Logroño, 1985) empezó en esto de la política, en España solo se hablaba de crisis económica, de la JMJ y del 15-M. Precisamente, en este movimiento social, un veinteañero Garzón despuntó políticamente hasta convertirse en el diputado más joven del Congreso por Izquierda Unida allá por 2011, con 26 años. “La verdad es que lo recuerdo como si hubiera sido hace décadas y han pasado solo ocho años, pero parece más porque, desde entonces, han sucedido muchas cosas en este país”. Y tanto.
Nuestro encuentro tiene lugar dentro de la promoción de su reciente libro ¿Quién vota a la derecha? (Ediciones Península). Su gesto cansado y preocupado se desdibuja con una leve sonrisa cuando saluda y los flashes de nuestro fotógrafo se activan. No es que Alberto sea una persona seria, es que ese día había dormido solo tres horas porque su hija de 14 meses estaba con fiebre. Su encargado de prensa me comenta que es un jefe que jamás ha dado un grito más alto que otro y que, a veces, esa falta de exteriorizar lo que piensa le lleva a tener problemas de estómago. En las distancias cortas es amigable, se esfuerza en explicar la rigidez política con discursos menos encorsetados y se le escapa, de vez en cuando, un deje andaluz –se ha criado en Málaga– al acabar alguna frase. Vamos a empezar por conocer a la persona para, después, acercarnos al político.
Uno de los motivos que pueden explicar la desconexión que tenemos con la clase política es que su vida poco tiene que ver con la vuestra. ¿Cómo vive Alberto Garzón?
Ahora mismo, en Rivas (Madrid), aunque soy de Málaga. Para hacer compatible la vida profesional con la personal, me fui a Rivas con mi mujer, mi hija, que tiene 14 meses, la otra que está por venir y dos gatos. Hacemos una vida de barrio porque es una urbanización de familias trabajadoras y, mayormente, votantes de izquierdas, por cierto –sonríe–. Doy paseos y voy al teatro de vez en cuando. La diferencia, que no es querida ni deseada, es que al tener una exposición pública tan elevada tengo que llevar la seguridad pertinente porque, aunque no es muy habitual, te puedes encontrar con alguien que le guste hacerte pasar un mal rato. Es más difícil mantener la vida cotidiana; no puedo ir a los bares masivamente ni nada de lo que hacía antes con más frecuencia.
¿Cómo te sueles mover por la ciudad, en transporte público o tienes coche?
Desde 2012, no puedo usar el metro, porque la policía no me lo recomienda por motivos de seguridad. La primera amenaza de muerte fue en 2012 y por grupos de extrema derecha; desde entonces, me han venido de forma recurrente cartas, tuits y también correo postal directamente a la sede del partido o al Congreso. Desgraciadamente, es la parte más fea de todo esto. Vivimos contextos complicados, donde la última vez que nos ocurrió fue el año pasado, de hecho, acaba de terminar el juicio ahora. Mi mujer, que estaba embarazada de mi hija, y yo nos encontramos con un señor que venía de tomar unas cuantas copas en un bar, era un ultra, me reconoció, vino a insultarme, decía que destruía a España y nos agredió. Por suerte, no pasó nada, pero es ese tipo de circunstancias las que hacen que, aunque sea una entre mil o dos mil personas, siempre exista un riesgo. Por eso evito el metro. Normalmente, voy andando y en coche.
“Junto con mi mujer, me encargo de esas noches en las que, como hoy, he dormido tres horas, pero es parte del intento de conciliar”
¿Cuántas horas trabajas al día?
Es difícil de medir porque el contexto está muy abierto. Desde que mi hija nació hemos tenido cuatro elecciones. Al ser dirigente nacional te mueves por todo el territorio, pero siempre pongo una condición, que es pasar la noche en casa. Mi hija no duerme bien y no quiero que sea mi mujer la que asuma todo ese trabajo, porque me corresponde a mí también. Entonces, vuelvo a casa y me encargo de esas noches en las que, como hoy, he dormido tres horas, pero es parte del intento de conciliar. Después, trato de estar con la familia lo máximo posible. Hay semanas que son de menor actividad, por decirlo así, y hay días que tengo once entrevistas. Aquí, digamos que tienes que estar disponible las veinticuatro horas, pero hay días que son más y otros que son menos.
O sea, que la vida de político es 24/7.
Es difusa, es como cuando dicen que los profesores solo dan clases físicamente, pero también tienen que preparárselas. Pues bien, nuestro trabajo no solo es estar en el hemiciclo, sino todo lo que conlleva la representación del pueblo; escuchar sus demandas; recogerlas; crear un producto; una propuesta; llevarla al Congreso; ir a los medios de comunicación; hablar con unos y otros; y los debates internos. Y no es igual para todo el mundo porque hay diputados que no hacen nada.
Ni siquiera van al Congreso…
Exactamente.
“Si tengo tiempo juego un Call of Duty o un Civilization en el ordenador; si no, una partida al FIFA con algún amigo”
Y con este ritmo, ¿ves alguna serie?
De hecho, veo varias al mismo tiempo, supongo que como todo el mundo. Estoy con ‘Peaky blinders’, que aún no he terminado la quinta temporada; y con ‘The Expanse’, que tampoco la he acabado. Aunque es verdad que mi capacidad de ver series este año se ha reducido enormemente –ríe–. Antes veía más, pero básicamente me gustan las históricas, que no hay muchas, y las de ciencia ficción.
Me han dicho que eres un friki de los videojuegos…
Sí, tanto de los juegos de mesa como de los videojuegos; además, es compatible porque como no puedo salir tanto juego con amigos en casa. Organizamos timbas. Me gusta el Catán, Alhambra y, cuando somos más, juegos como El Lobo, el de “pueblo duerme”. Ahora, tenemos otro que se llama Virus. Antes, con los videojuegos es con lo que más desconectaba porque soy fan desde hace mucho tiempo. Tuve la Sega Master System, la Mega Drive, la Play 1, la Play 2 y así. Si tengo tiempo juego un Call of Duty o un Civilization en el ordenador; si no, una partida al FIFA con algún amigo.
Me ha llamado la atención un dato que se resalta en la solapa del libro: “tiene más de dos millones de seguidores en redes sociales”. ¿Ser un político influencer vende más?
Hoy en día, la política se hace muy mediatizada. Si no estás en la tele, no existes; y si no estás en los medios de comunicación digitales, tampoco. A veces es muy invasivo, de hecho, he tenido que gestionar las redes de forma muy particular a lo largo de los años. No era normal que en mi móvil recibiera un “te quiero” de mi mujer y, al mismo tiempo, un montón de insultos de los trolls. Las redes te sirven para cumplir y para dialogar, unas más que otras. En Instagram es todo muy amable; Twitter es un infierno; Facebook, depende. Gestionar eso es positivo, es un instrumento y si lo haces mal te puntúa negativamente.
“Me gusta escuchar música cuando tengo la oportunidad de salir a correr, cosa que ha ocurrido muy rara vez este último año“
¿Las gestionas tú?
Sí, desde siempre, porque creo que perdería valor si parece que es una cuenta empresarial. Tengo algún compañero al que alguna vez le digo “oye, pon esto sobre un anuncio de un acto”, eso sí. Pero todo lo que concierne a los comentarios y las opiniones lo dirijo yo.
¿Sueles escuchar música durante el día?
Escucho música tranquila para intentar dormir a mi hija, la música típica de sueños –ríe–. Y me gusta escuchar música cuando tengo la oportunidad de salir a correr, cosa que ha ocurrido muy rara vez este último año. Pero sí trato de escuchar lo máximo posible.
Si nosotros tuviésemos que elegir una canción que definiera el último año de la política en nuestro país, podría ser ‘Malamente’, de Rosalía. Después de tres citas electorales seguidas, una de ellas por repetición ante la falta de acuerdos, continuamos sin Gobierno a la vista.
Tras el abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nos preguntamos, ¿y ahora qué?
Ahora toca tratar de conseguir los votos suficientes para arrancar el Gobierno y, a partir de ahí, hay muchos retos. El más importante es doble: proteger a las familias trabajadoras con medidas sociales y neutralizar el preocupante crecimiento de la extrema derecha en nuestro país.
¿Cómo se explica que un acuerdo que fue imposible durante tres meses de negociación ahora lo ha sido en menos de 48 horas?
Entre abril y noviembre, la diferencia más clara y grande es la existencia de un partido de extrema derecha con 52 escaños que propone ilegalizar a otros partidos democráticos. El potencial explosivo que significa eso para la democracia, para el socavamiento a los derechos y libertades, es tan fuerte que mucha gente entiende que, ahora mismo, es necesario arremangarse y entrar a gobernar.
“Tenemos un problema y es que la izquierda se parece a ‘La vida de Brian’; o ‘La vida de Brian’ es una parodia de la izquierda”
Del 1 al 10, ¿cuánto confías en que Pedro Sánchez sea investido Presidente?
No sabría hacer predicción o, mejor dicho, no me atrevería. Lo cierto es que depende, única y exclusivamente, de si es posible la abstención de Esquerra Republicana. No entendería otra cosa, es decir, tiene sus legítimas reivindicaciones, pero se supone que es un partido de izquierdas, que además del independentismo, mira por cuestiones sociales. Y la alternativa a un Gobierno de coalición de izquierdas es un Gobierno de derecha o del PSOE con la derecha. Y no creo que haya mejor opción en este momento para el conjunto del país que un Gobierno de coalición.
¿Cómo explicarías a una persona de la calle cuál es el problema catalán y cómo se soluciona?
Nuestro país es diverso, con diferentes idiomas, que es quizá lo más fácil de entender. En cambio, tenemos unas derechas que entienden que España tiene que ser algo mucho más homogéneo y eso produce un enfrentamiento con quienes quieren preservar su propia identidad específica. Lo importante es entender que España no es solo Madrid, que España también es Galicia, Andalucía, Cataluña, País Vasco… Muchos nos sentimos españoles, pero hay otros muchos que se sienten catalanes, gallegos, vascos. La única manera de hacer compatible todo eso es el diálogo para encontrar una fórmula en la que quepamos todos. Mi modelo ideal es una República federal, pero para llegar a ello hace falta transitar un camino de diálogo. Y ahora mismo, ni el independentismo más intransigente ni las derechas reaccionarias españolas están por la vía de hacerlo.
¿Puedes asegurar que esta vez no habrá lío otra vez con el reparto de cargos y ministerios?
Estoy convencido de que va a salir bien y las competencias se van a resolver donde se tienen que resolver, que es en el espacio privado.
La extrema derecha y los extremos de la izquierda
Alberto Garzón ha vivido en sus propias carnes el radicalismo. Pero, ahora, es diferente, porque en los próximos cuatro años –si la izquierda y los nacionalistas quieren– compartirá asientos en el Congreso con la encarnación política de esa extrema derecha. Concretamente, 52.
¿Qué ha pasado para que Vox haya dado ese subidón?
Ese “¡A por ellos!” que se vio en algunas imágenes trató de canalizarlo tanto el PP como Ciudadanos y empezaron una competición de a ver quién era más bestia, más radical, quién provocaba más, quién se metía más con los catalanes. Pero resultó que quien se llevó realmente los réditos de esa estrategia fue un nuevo partido, que ya existía, pero que parecía marginal. Creo que la estrategia de Albert Rivera tuvo una enorme responsabilidad en la irrupción de Vox.
¿Negarías el saludo a un diputado de Vox?
No tendría ningún problema ni en saludarlo ni en no saludarlo. Hay diputados de Vox que son personas con las que puedes tener un trato educado en lo personal, pero las diferencias políticas son supremas. Y, desde luego, no es lo mismo hablar con un diputado que propone tu ilegalización, que con un diputado que eso no lo comparta. Si me encuentro con un diputado que propone que mi partido y yo mismo podamos acabar en la cárcel, lógicamente no le voy a saludar.
“En mi forma de entender la política no tienen mucha importancia las cuestiones individuales, creo en los procesos colectivos”
¿Dirías que se está blanqueando a la derecha?
Sí, entre otras cosas porque PP y Ciudadanos han normalizado un discurso antiinmigración, que Vox ha llevado al extremo, como es el caso del tratamiento a los menores no acompañados. Son niños, al fin y al cabo, pero se les está tratando como criminales, ni siquiera se les llama niños, sino de otra forma. Pablo Casado y Albert Rivera competían por ver quién era el que más veces iba a la valla de Melilla a decir que eso era una invasión; y eso normalizaba, a través de los medios de comunicación, un discurso que la gente que lo esté pasando mal en su vida acabe considerando que su problema son los inmigrantes, cuando no hay ningún dato que corrobore eso. Se están normalizando prejuicios y racismos porque hay gente con traje y corbata diciendo eso en la tele.
¿Hay mal rollo en la izquierda?
Normalmente, tenemos un problema y es que nos parecemos a ‘La vida de Brian’; o ‘La vida de Brian’ es una parodia de la izquierda. Hay buen rollo, pero si en un determinado momento se divide la izquierda casi por mitosis es un problema. A mí me han llovido críticas desde la derecha pero, sobre todo, desde la izquierda por sumar fuerzas con Podemos. Al final, ha sido positivo, sin eso ahora no estaríamos decidiendo si gobernamos o no. El camino fácil es dividirse, tú estás con los que piensan como tú y eso es muy cómodo. Pero estar con los que no piensan exactamente igual es lo difícil y ese es el proceso donde yo empujo.
Si tecleas en Google “líder de la izquierda en España”, el primer nombre que aparece es el tuyo.
¡Ah! ¿Sí? –ríe–.
Sí, lo he hecho. Sin embargo, en los último años, es Pablo Iglesias el candidato de la izquierda a la presidencia en España. ¿El ego político nunca ha sido un problema entre vosotros?
No, porque en mi forma de entender la política no tienen mucha importancia las cuestiones individuales, creo en los procesos colectivos. Estoy en una organización que es humilde, que sufrió una convulsión muy grande en el año 2014. Mi reto era salvar a Izquierda Unida y creo que lo conseguimos. Ahora mismo, estamos debatiendo si entramos o no en el Gobierno, es decir, el salto es descomunal. Lo importante, que es transformar la sociedad, no lo va a hacer ni Pablo Iglesias ni yo, lo va a hacer la gente que está empujando desde abajo en este proceso.
¿Cómo es tú relación con él?
Bien, tenemos una afinidad personal porque nos conocíamos antes de que Pablo saliera a la palestra con su candidatura en Podemos. Además, compartimos vivencias parecidas, porque estamos siendo padres al mismo tiempo. Es una relación personal de ese tipo. Y en las relaciones políticas, que es lo importante, en ocasiones tenemos diferencias, algo lógico, pero también una gran complicidad. Por decirlo de alguna manera, Pablo y yo podemos discrepar, pero sabemos que estamos en la misma trinchera.
“Hace mucho que no hablo con Errejón. Antes de que presentara su partido le dije que no estaba de acuerdo con ello, me parecía un error. Al final, tenía razón, no había que ser muy listo para darse cuenta de ello”
Y a Errejón, ¿le guardas rencor por la “ideaca” –así lo escribió en un tuit– de presentarse a las elecciones presidenciales con Más País?
La gente como Iñigo debería formar parte de lo que estamos tratando de construir y por eso me parece que es necesario que se sumen. Pero cuando alguien decide romper, no puedo decidir por ellos. En 2019, ha habido varias escisiones y rupturas, sin éxito, y creo que han sido errores políticos. Pero, incluso ahora, es necesario que lo que representa Errejón forme parte de esto, él también si quiere.
¿Hablas con él?
Hace mucho que no. Antes de que presentara su partido le dije que no estaba de acuerdo con ello, me parecía un error. Al final, tenía razón, no había que ser muy listo para darse cuenta de ello. Pero volveremos a hablar, seguramente; ahora nos veremos por el Congreso y hay que seguir sumando gente.
¿Te despediste personalmente de Rivera cuando anunció su dimisión?
No, nunca he tenido buena relación con él.
¿Y con qué político de tus antípodas ideológicas te llevas bien?
Prácticamente, con todo el mundo. Del PP, con Rafa Hernando, que es el ejemplo de alguien beligerante que va mucho a la confrontación, pero cuando nos hemos cruzado hemos hablado sobre qué tal las vacaciones, qué tal la familia… Una parte humana normal y comprensible. Ana Pastor, del PP; y Guillermo Díaz, diputado de Ciudadanos en el Congreso por Málaga.
“En la derecha, hay gente con la que me llevo bien y, cuando no, al menos hay una educación, un trato. Con Albert Rivera era imposible”
¿Y del PSOE?
Es más normal que me lleve bien con alguien del PSOE porque, además, están más cerca ideológicamente, incluso físicamente. Me llevo bien con casi todo el mundo. Pero, en las antípodas, en la derecha, hay gente con la que me llevo bien y, cuando no, al menos hay una educación, un trato. Con Albert Rivera era imposible.
¿Te ves haciendo otra cosa que no tenga que ver con la política?
Sí, de hecho, es a lo que me he dedicado, estoy aquí de forma contingente. Soy investigador y economista; y es lo que más me atrae. Estar en política es muy útil pero, desde luego, no tengo una pretensión de que esto sea mi vida. Mi vida es tener un trabajo que me permita conciliar y vivir mejor. Por eso, en la izquierda, siempre hemos defendido que los cargos políticos tienen caducidad, de lo contrario se generan perversiones. Mientras hagamos un buen trabajo, adelante, pero no podemos enquistarnos.