Si creías que aquel festival de música en Castellón de hace diez años fue tu experiencia más cercana a un campo de concentración, no puedes llegar a imaginar en lo que llegó a convertirse el Woodstock de 1999, en la localidad de Rome (Nueva York).
Para hacernos una idea, Netflix estrenó el pasado 3 de agosto ‘Fiasco total: Woodstock 99’ (J. Crawford), un documental de tres episodios sobre la experiencia —alucinógena para algunos e infernal para otros— de recrear las motivaciones antibélicas que definieron el festival original de 1969. Cerca de 400.000 personas asistieron con aquella mentalidad de naturismo y psicodelia, pero lo cierto es que ni la música ni la juventud estadounidense era la misma que hacía 30 años. El evento, que duró los tres días de un caluroso fin de semana en julio, se enfondaba cada vez más y más en una turbulenta espiral de vandalismo y delirio salvaje, mientras el impasible equipo organizativo veía arder Troya desde su torre de control.
El fin del flower power
En la película ‘Woodstock, 3 días de paz y música’ (1970) de Michael Wadleigh, aparece un jovencito Michael Lang, productor musical y cofundador del evento, despreocupado ante la noticia de que numerosas personas habían destrozado la valla que demarcaba el recinto de Woodstock 1969 y estaban ingresando sin haber adquirido entradas. “Es un desastre financiero […] Es un festival gratis. Pero mira lo que tienes ahí, no podrías comprar esto por nada. Esta gente se está comunicando los unos con los otros. Eso raramente pasa”.
30 años después, Lang conservaba su rostro jovial y risueño, pero sus intenciones lucrativas con respecto a su nuevo proyecto eran bien diferentes. El flower power ya había pasado y, tras otro intento fallido de recuperar la inversión con otra edición del festival en 1994, esta vez no iba a permitir que nadie accediese libremente al recinto, que albergaba durante tres días un sinfín de artistas rock del momento como Fatboy Slim, Korn, Bush, Metallica o los incendiarios Limp Bizkit.
Los asistentes se desanimaron cuando observaron que aquella zona no tenía nada que ver con la granja de 240 hectáreas del Woodstock original
Un muro alto y decorado con grafitis rodeaba la base militar sobre la que se asentaba la nueva sede del festival. Mucho hormigón y poca hierba: a su llegada, los asistentes se desanimaron cuando observaron que aquella zona no tenía nada que ver con la granja de 240 hectáreas del Woodstock original, a 130 km de allí. Además, los puestos de venta de comida y bebida fueron cedidos a empresas externas y el público debía pagar precios verdaderamente desorbitados si deseaba comprar una botella de agua —les habían retirado todas las botellas en el control de acceso— o una porción de pizza.
La importancia de programar un buen cartel
Era finales del mes de julio y el sol calentaba el asfalto. Los asistentes buscaban desesperadamente una sombra bajo cualquier carpa, e incluso debajo de los automóviles. El calor, el hacinamiento, el consumo de drogas y la fuerte escasez de recursos de limpieza, también cedidos a una empresa externa, hicieron que incrementase el descontento y la rabia del público.
Un público que poco tenía que ver con la filosofía pacifista de finales de los 60. Durante el final del milenio en Estados Unidos sobrevolaba un cierto repudio hacia el sistema, las polémicas de políticos como Bill Clinton, el capitalismo devastador… y la MTV. El aparecido Nu Metal —muy presente en el cartel del festival— conectaba con una generación que intentaba seguir las letras de liberación de la rabia y anarquía. El hecho de que líderes de bandas como Fred Durst, de Limp Bizkit, alentasen con su espectáculo a la rebelión fue la gota que colmó el vaso para un público con los ánimos ya caldeados de por sí.
La aglomeración lanzaba basura a los artistas a modo de protesta, destrozaba cajeros automáticos y el mobiliario urbano
El documental de Crawford va ganando impacto desde que se prende aquella mecha y muestra la gran lluvia de plástico que aconteció sobre el escenario. La aglomeración lanzaba basura a los artistas a modo de protesta, destrozaba cajeros automáticos y el mobiliario urbano. Y si faltaba leña, la organización del evento no tuvo mejor idea que repartir velas a los asistentes durante el concierto de los últimos invitados, Red Hot Chilli Peppers, con la finalidad de crear una vigilia en protesta por la masacre en el instituto de secundaria de Columbia. Numerosas agrupaciones formaron con ellas varias hogueras que se fueron propagando por las áreas de los dos escenarios. El alcalde de Rome, Joe Griffo, solicitó a Anthony Kiedis, vocalista de los Red Hot, que ayudase a calmar a la multitud, pero en su inoportuno regreso del descanso, tocaron la canción ‘Fire’, en tributo a Jimi Hendrix. A la mañana siguiente varios automóviles, carpas y sanitarios portátiles aparecieron totalmente calcinados.
Condiciones infrahumanas
La enfermería del recinto no daba abasto entre asistentes heridos, sobredosis y desmayos. El domingo, último día del festival, ya no quedaba nada del muro de la base: había sido destruido como una alegoría viva del Berlín del 89. Gran parte de los asistentes se marcharon, incapaces de continuar conviviendo en aquellas condiciones.
El desbordamiento de los inodoros públicos y las largas colas hacia las escasas fuentes de agua habían causado charcos de barro y excremento. En el Woodstock del 69 los asistentes jugaban con el lodo ocasionado después de la lluvia, pero en el 99 algunos asistentes—aquí el consumo de sustancias pudo tener parte de la culpa— jugueteaban en aquel fango de dudosa naturaleza.
Los asistentes allí acampados bebían y se aseaban con aquel agua, que acabó generando úlceras en los labios y la garganta
A las intervenciones por deshidratación cabía sumar la contaminación del agua. El inspector de Sanidad Pública Joe Patterson cuenta en el documental cómo casi se desmaya del olor cuando abrió la puerta de la incubadora con las muestras de agua “potable” del tercer día. Los asistentes allí acampados bebían y se aseaban con aquel agua, que acabó generando úlceras en los labios y la garganta. Para entonces los medios de comunicación ya garantizaban el desastroso titular sobre el evento, pero a tres horas de acabar los conciertos, la organización convocó una rueda de prensa para arrojar un halo de positivismo y satisfacción por el trabajo realizado.
Libertad sexual mal entendida
Woodstock en los 60 fue definido por una casuística única, en la que se agrupaban ideales como la libertad personal, el amor por la música y el rechazo a la guerra de Vietnam. Durante los tres días que duró el festival se propagó el amor, se dio a luz e incluso muchas madres acudieron con sus hijos pequeños. Sus imágenes de asistentes íntegramente desnudos quedaron grabadas en la posteridad, y quizás esta perpetrada idea ocasionó la exhibición y el acoso físico en 1999. Las imágenes en el documental de Crawford hacen especial hincapié en un tipo de masculinidad blanca y machista que asestó cada rincón del recinto y ante la cual muchas mujeres denunciaron haberse sentido atosigadas.
Una vez terminó el festival, la organización se enfrentó a varias investigaciones de la policía sobre la violación de al menos cuatro mujeres y una serie de abusos. El hecho más impactante narrado sobre este tema sucedió el sábado por la noche cuando, terminados los conciertos, la fiesta continuó en el Hangar de la Rave con Fatboy Slim a la mesa de mezclas. En medio del dj set, apareció entre la multitud una furgoneta robada por un joven bajo los efectos de las drogas. Cuando el personal trató de reconducirla fuera del peligro, encontraron en su interior a una chica semiinconsciente que parecía haber sido violada por varios hombres.
Las imágenes en el documental de Crawford hacen especial hincapié en un tipo de masculinidad blanca y machista que asestó cada rincón del recinto y ante la cual muchas mujeres denunciaron haberse sentido atosigadas
Michael Lang falleció tres meses después de grabar sus intervenciones en ‘Fiasco total’. Con sus polémicas palabras y su escaso arrepentimiento, la serie se suma al largo listado de documentales que explican los nefastos efectos sobre el público de determinadas decisiones negligentes, como es el ejemplo de ‘Woodstock 99: Peace, Love and Rage’ (G. Price) que HBO estrenó en 2021 sobre el mismo evento, o el viralizado ‘Fyre’ (C. Smith, 2019, Netflix), sobre un lujoso festival en las Bahamas que todavía se encontraba a medio hacer cuando llegaron sus asistentes influencers. Lang aseguraba que todo había ido bien, exceptuando a un grupo de irresponsables que decidieron sembrar el caos. En 2019 fue su último intento de formalizar otro festival, que tampoco llegó a buen puerto debido a una falta de acuerdo con los inversores. ¿Es la idea de Woodstock un recuerdo nostálgico que jamás podrá repetirse, o un claro espejo sobre el que la sociedad estadounidense del momento puede reflejarse y estudiarse?