Cisco García (Córdoba, 1982) era de esas personas que lo tenía todo en la vida, un buen trabajo, salud y amor. Absolutamente todo, no necesitaba nada y tampoco lo pedía. Sin embargo, su realidad cambió en un abrir y cerrar de ojos. En 2015, tras una mala caída mientras practicaba snowboard, su espalda se quebró y sus piernas dejaron de funcionar para siempre. Un golpe que doblegaría a la inmensa mayoría, pero que a él solo le hizo más fuerte, ya que apenas ocho meses después del fatídico accidente estaba en un avión dirección a Tokio dispuesto a enfrentarse a cualquier barrera que la vida pusiera en su camino. Con el sustento de una raqueta, Cisco abandonó su carrera como abogado y se centró en el tenis en silla de ruedas, disciplina en la que compite actualmente y en la que pretende ascender hasta ser de los mejores del mundo. Si podemos aludir a un término después de conocer a Cisco es, sin duda, perseverancia.
¿Cómo consigues estar siempre de buen humor?
Hay que tirar para adelante, al final no queda más narices que aceptarlo. Para mí fue algo fácil, pero tengo compañeros que tardaron más de ocho años en superar una amputación de pierna. Está claro que la persona que está en una situación así lo tiene más difícil que el resto pero, lo siento, toca apretar más los dientes. Muchas veces, veo gente con una actitud muy deprimente y no me gusta. Yo soy más de darme una alegría, ponerme guapo, ir con la cara alta, hacer deporte, buscarme objetivos y, sobre todo, tratar bien a mi entorno porque ellos no tienen la culpa de lo que me ha ocurrido. Cuando estaba en el hospital mucha gente lesionada se volvía arisca y se encerraba en sí misma.
Pero, tendrás días malos como todo el mundo, ¿no?
Sí, obvio. Que quede claro que yo no los tengo por la silla de ruedas o por la lesión, los tengo por si no juego bien un torneo, por los entrenamientos o por si aparcan en la plaza reservada —ríe—. Hay que llorar y sufrir. Ni todo es felicidad, ni tenemos que regodearnos en lo malo.
“La silla de tenis cuesta entre 8.000 y 9.000 euros, pero es que la silla que utilizo para ir por la calle tiene un precio similar. Si te paras a pensarlo, es una auténtica locura”
Veo que el tenis es muy importante para ti. ¿Por qué comenzaste a practicarlo?
Antes de lesionarme ya jugaba, mis dos pasiones eran el snowboard y el tenis. Cuando me lesioné empecé a interesarme por la competición y vi que estaba muy profesionalizada, que se pegaba fuerte a la bola y había torneos por todo el mundo. Empecé a jugar en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, aunque al principio todo era muy frustrante. Era una sensación extraña porque disfrutaba pero, al mismo tiempo, estaba amargado. Decía: “¡Joder, antes llegaba corriendo a esa bola!”. Poco a poco, la pasión ganó a la frustración. Ahora entreno cinco o seis días por semana y tengo unos objetivos claros. El tenis me dio una ilusión.
¿Es un deporte muy caro?
Para que te hagas una idea, la silla de tenis cuesta entre 8.000 y 9.000 euros, pero es que la silla que utilizo para ir por la calle tiene un precio similar. El cojín especial son 600 euros y la adaptación del coche para poder conducir con las manos está en torno a los 3.700 euros. Si te paras a pensarlo, es una auténtica locura, pero como se trata de una necesidad te lo tienes que comprar. Si a mí me das la silla que tenía en el hospital de Parapléjicos de Toledo y no me das la adaptación del coche, sería un minusválido.
¿Te resultó complicado conseguir ese apoyo económico?
Afortunadamente no, porque conseguí que me ayudaran empresas locales de Córdoba con las que me unía una amistad. A raíz de eso, hice diferentes entrevistas en medios con bastante repercusión y me abrí una cuenta de Instagram y Twitter. Mi idea era contar cómo era la vida de una persona en silla de ruedas más allá del estereotipo triste y oscuro que se tiene en mente. Finalmente, lo que nació con ese fin fue teniendo mucha aceptación hasta convertirse en una vía para atraer a otros patrocinios. Gracias a eso, hoy puedo permitirme entrenar en el Centro de Alto Rendimiento de Barcelona e irme a jugar los torneos fuera de España.
“En el viaje a Japón tuve que arrastrarme por el suelo del avión e ir a pulso todo el pasillo hasta llegar al váter. Fue una de las cosas más desagradables que me han ocurrido en la vida”
Sin barreras
Aparte de las redes sociales, estás luchando también por llevar tu historia a la televisión.
La idea es demostrar a todo el mundo que la gente en silla de ruedas podemos viajar y ser felices como cualquier otra persona. He grabado un programa piloto en la India con la Fundación Vicente Ferrer con el objetivo de introducir allí el tenis en silla. Muchos canales se han interesado, pero siempre he encontrado problemas de financiación. Es complicado, pero lo sigo intentando. Creo que el proyecto viajando por el mundo no va a salir, porque requiere una inversión potente, pero sí se puede hacer algo interesante por varios pueblos de Andalucía.
¿Es muy complicado viajar en silla de ruedas?
Cuando me propuse viajar por primera vez todo eran miedos y dudas, no paraba de pensar en la sonda o en cómo moverme en la silla. Estuve en Japón a los ocho meses de lesionarme y fue un punto de inflexión. Durante el vuelo de ida me dio un apretón y, como te colocan en una silla especial de la que no puedes moverte, tuve que arrastrarme por el suelo e ir a pulso todo el pasillo hasta llegar al váter. Fue una de las cosas más desagradables que me han ocurrido en la vida. Sin embargo, al final, resultó ser una experiencia fantástica donde descubrí que iba a poder disfrutar de la vida y ser feliz. Después de eso, he sido capaz de salir de fiesta por Sri Lanka con mis amigos, montar en quad por el desierto en Marruecos y en moto de agua en Tailandia. Me da coraje porque parece una frase hecha, pero los límites están en nuestra cabeza.
Y de todos esos lugares, ¿en cuál dirías que has encontrado más barreras?
La India rural es una cosa muy loca, pero el viaje a Costa Rica y Panamá también fue muy complicado. El trato que te dan esos países es diferente, ahí notas que están más atrasados, se le da menos normalidad a la discapacidad. Te preguntan: “Pobrecillo, ¿qué te ha pasado?”.
¿Sueñas con volver a andar?
Hay un tratamiento en el hospital Puerta del Hierro de Madrid que utiliza células madre de tu propia médula ósea para regenerar la parte afectada. A día de hoy se ha desarrollado lo suficiente como para incluirlo en la seguridad social y aplicarlo a la gente. Mi médula se puede tratar y, si todo va bien, este año lo harán. Pero los avances son inciertos, quizá pueda mover las piernas o ponerme de pie, no lo sé. Mi vida va a ser siempre en silla, pero si al llegar a unas escaleras puedo subirlas andando y luego volverme a sentar, para mí es un gran avance.
“He aprendido que la gente en silla de ruedas puede tener una vida muy plena, vivir sola y viajar por el mundo”
Tras la lesión, ¿ha cambiado tu forma de ver y tratar a la gente discapacitada?
Antes pensaba que una persona en silla de ruedas no podía ni vivir solo, ni hacer nada por sí mismo, que era un completo minusválido. Afortunadamente, he aprendido que la gente en silla de ruedas puede tener una vida muy plena, vivir sola y viajar por el mundo. Cuando estaba en el hospital decían que una persona en silla normalmente se hace invisible porque el resto de la gente solo ve la silla. Yo lucho contra eso mostrándome feliz, viajando y teniendo una actitud positiva. Es necesario mostrar más esa realidad en los medios y no tanto la visión que da la DGT de un tío en silla de ruedas al que le han jodido la vida.
¿Qué prejuicios son los que más te molestan?
Me molesta que me ofrezcan ayuda que no necesito, las miradas de condescendencia y las miradas de pena. Si te soy sincero, cada vez son menos, supongo que se debe al reflejo que doy. Voy por la calle con confianza y alegría y eso se nota. El término minusválido me molesta mucho y lo de aparcar en plazas reservadas es una cosa que me pone enfermo. Porque, además, vienen y te dicen: “Es un momento”.
¿No te han dado ganas de coger la llave y hacer algún rayón?
Sí, un montón de veces. Por ejemplo, el otro día fui al hospital a llevar a mi hijo y había un coche aparcado en la plaza reservada. Enseguida, pensé: “Le voy a reventar el coche”. Menos mal que, finalmente, me controlé por si había alguna cámara y la historia se volvía viral —bromea—. Lo cierto es que lo he pensado muchas veces, pero de momento solo se ha quedado en un pensamiento. Aunque muchos se lo merecerían.
*Artículo original aparecido en el número 38 de Mine. Descarga la edición digital interactiva para iOS o Android o el PDF de #Mine38.