Todo empezó en un garaje situado en Surbiton, al sur de Londres. Charles Cooper, padre de John, trabajaba de mecánico para Kaye Don, el hombre que tenía el récord de velocidad en tierra. En un rincón de aquel taller, John y un amigo del colegio, Eric Brandon, construyeron un coche de carreras con una peculiaridad que lo hizo destacar sobre los demás: el motor estaba en la parte trasera. Este golpe de genialidad puso en el mapa a la Cooper Car Company y permitió que John Cooper mostrara al mundo su particular forma de entender y vivir los coches de competición, desde la Fórmula 1 hasta las 500 Millas de Indianápolis.
Su nombre sonaba en circuitos, fábricas y concesionarios de medio mundo. Todos suspiraban por conducir un coche bajo sus iniciales. Sin embargo, no fue hasta la aparición del ‘Mini clásico’ de la British Motor Corporation (BMC) cuando hizo historia. John puso todo su empeño en convertir lo que era un automóvil familiar en un auténtico campeón. En 1961, nacía el primer MINI Cooper y con él, una forma de entender la vida y el automovilismo.
El desafío
Harto de escuchar “John, this will never work” (John, esto no funcionará), Cooper necesitaba una empresa lo suficientemente grande con la que demostrar que su MINI Cooper S podía competir ante cualquier rival y condición. Eligió el Rally de Montecarlo de 1964 como el escenario perfecto. Una cita marcada en rojo en el calendario de cualquier amante del motorsport y que, desde 1911, se celebra –exceptuando el periodo de tiempo que duró la Segunda Guerra Mundial– de forma ininterrumpida.
John conocía perfectamente todos los riesgos del recorrido. Entre ellos se encontraba el peligroso tramo de Col Turini, un puerto de montaña repleto de curvas reviradas a más de 1.600 metros de altura. Se recorría de noche y los aficionados encendían hogueras en torno a la cuneta para señalizar el camino y protegerse del frío. Allí, en una noche cerrada, el MINI Cooper S demostró su valía siendo más rápido que todos sus rivales.
La fe de unos pocos
En la década de los 60 era poco realista pensar que un coche llamado MINI fuese capaz de competir y, sobre todo, de ganar. Pocos lo creyeron posible y muchos se equivocaron. Incluido el creador del modelo original, Alec Issigonis, quien prefería centrarse en su utilidad como transporte familiar a involucrase en la competición. El ingeniero opinaba que era una idea absurda, sin embargo, John, que era tan testarudo como hábil con los coches, no cesó en su empeño hasta convencer a Issigonis y toda la BMC para que le permitieran rediseñar su propio vehículo bajo la etiqueta de MINI Cooper.
Tras años de pruebas, el 21 de enero de 1964, el MINI Cooper S cruzó la meta de Mónaco en primera posición. Su ágil manejo de motor transversal de apenas 90 CV, la tracción delantera, el eje de sus ruedas tan pegado al suelo y su tamaño favorecieron que domara las estrechas carreteras con suma facilidad. Un hito inigualable en la historia del automovilismo. Toda la industria se llevó las manos a la cabeza ante la proeza del coche rojo número 37. Fue el inicio de una historia de éxitos que, en 1965 y 1967, se volvería a repetir con un MINI Cooper S en lo más alto del pódium.
Borrón y revancha
La edición de 1966 del Rally de Montecarlo estuvo marcada por la polémica y la rivalidad. El equipo MINI era el favorito para revalidar, por tercer año consecutivo, el título de campeón. Su ventaja sobre el resto de competidores era absoluta y, una vez más, así lo demostró logrando la primera posición. Sin embargo, todos sus coches fueron descalificados de la prueba por utilizar unos faros prohibidos por la reglamentación francesa de la época, lo que causó un gran revuelo dentro del paddock y entre la prensa.
Muchos miembros del equipo británico vieron en la sanción un movimiento político en favor del equipo francés Citroën y amenazaron con abandonar la prueba para siempre. Alegaron que los organizadores no querían a ver a MINI en los más alto del pódium y que todo se debía a una burda guerra patriótica. Pese a ello, se sobrepusieron y, en 1967, lograron su tercera y última victoria en la emblemática cita. Fue la despedida soñada por todos, una venganza con sabor a champán.
Los tres mosqueteros
Con el mismo nombre que la obra de Alejandro Dumas. Así es como apodó la prensa a los conductores que llevaron, en 1964, los tres MINI Cooper S inscritos en el Rally de Montecarlo. Hicieron posible lo imposible y recibieron la categoría de héroes en Reino Unido. La BMC se tomó muy en serio lo de ganar en el Principado, por lo que, reunió en su equipo a varios de los mejores pilotos del momento.
El irlandés Paddy Hopkirk, ganador de la prueba con el MINI número 37, se convirtió en ídolo local y en el piloto más querido del equipo. Llegó en primera posición tras comenzar la prueba en Minsk y protagonizar un espectacular tramo en el peligroso Col de Turini. Por su parte, el finlandés Timo Mäkinen se alzó con la cuarta posición después de salir de París y Rauno Aaltonen acabó séptimo tras comenzar desde Oslo y atravesar el telón de acero en plena Guerra Fría. Los tres pilotos demostraron de lo que era capaz el utilitario inglés en las condiciones más adversas.
David contra Goliat
En el caso de MINI es bastante fácil discernir quién era David, pero ¿y Goliat? En la década de los 60, otras compañías luchaban por el prestigio de ganar el Rally de Montecarlo y comenzaban a hacerlo con equipos oficiales. A diferencia del MINI Cooper S, sus coches eran más pesados y potentes. No se trataba de una mera competición entre marcas, era mucho más, el prestigio tecnológico e industrial de sus países.
La rivalidad fue tan espectacular como los automóviles que competían. El MINI Cooper S tuvo que correr contra bestias sobre ruedas, superándolas una a una. Auténticos bólidos de época, frente a los cuales, el automóvil de John Cooper, supo imponer sus prestaciones.
La primera victoria
Pese a que la victoria de 1964 catapultó a la gloria al MINI Cooper S y sus pilotos, lo cierto es que su primera victoria en rallyes llegó unos cuantos kilómetros antes de la mano de una mujer. Un año antes de la cita monegasca, en 1963, la inglesa Pat Moss, una de las corredoras más importantes de la historia, lograba vencer en el Rally de los Tulipanes de los Países Bajos a los mandos de un MINI Cooper con motor clásico.
Fue la primera vez que el coche de BMC se alzaba en lo alto y Cooper podía presumir de los frutos de su trabajo ante la compañía. Sin embargo, Moss, hecha a todo tipo de coches, no terminó la prueba completamente satisfecha con el comportamiento del MINI, de él dijo que era “bastante rebelde y nervioso”.
El valor de una idea
Hace 60 años, John Cooper y su equipo creyeron en una idea. Una locura para muchos dentro de la industria automovilística, pero no para ellos. Transformaron un coche familiar en un campeón de leyenda. Demostraron que las mayores proezas solo necesitan de alguien con la voluntad de llevarlas a cabo y cambiaron el significado de conducir un MINI.
Hoy, seis décadas después, su legado está más presente que nunca gracias al nuevo MINI John Cooper Works. La reencarnación total del primer MINI Cooper S en el que la deportividad y las prestaciones más elevadas de su gama se dan la mano para rendir un homenaje al hombre que, gracias a su convencimiento, cambió para siempre la historia de la compañía.