No suelen costar más de 5 céntimos en cualquier quiosco, pero si miramos a los chicles bajo el prisma medioambiental, salen muy caros. Y es que la insalubre costumbre de muchos incívicos de tirarlos al suelo supone un gasto de millones de euros para su limpieza. Además, la mayoría de chicles del mercado están fabricados con derivados del petróleo muy contaminantes para la tierra y el agua y ponen en peligro a muchas especies animales. Si tenemos en cuenta que se consumen alrededor de 500.000 toneladas de chicle al año, puedes hacerte una idea de la embergadura del problema.
Partimos de que un chicle tarda de media unos cinco años en degradarse y para eliminar esas desagradables manchas negras de las aceras se gastan unos 11 céntimos de media. Así, solo en la ciudad de Barcelona el Consistorio destina cerca 500.000 euros al año en eliminar parte de los chicles que ensucian el municipio, mientras que ciudades como Murcia estiman que les llevaría 10 años y 15 millones de euros eliminar todos los chicles de sus aceras. A este dispendio económico hay que sumarle el despilfarro de agua que se gasta en el proceso de eliminación. Hay quien de este residuo que afea las aceras de cualquier ciudad extrae un lado artístico conviertiendo un chicle infecto en un minilienzo para que adquiera una apariencia más viva. Es el caso del artista Ben Wilson, que a través de su cuenta de Instagram podemos observar su infinita imaginación a la hora de recrear cualquier cosa en un trozo de goma adherida en las calles de Londres.
Y sí eres de los que piensan que ver chicles ensuciando las calles solo es una cuestión de estética, te equivocas. Los chicles, según un estudio del Ayuntamiento de Pozuelo (Madrid), pueden acumular hasta 50.000 gérmenes transmisores de enfermedades como la neumonía. Por su parte, Manuel Porcar, investigador de la Universidad de Valencia, publicó un estudio en Scientific Reports que evidencia cómo las bacterias aguantan mucho tiempo cuando el chicle está en el suelo. Por ello, solo un chicle ya puede exponernos a enfermedades como la salmonelosis o la tuberculosis, sobre todo, a las mascotas y los más pequeños que estén en contacto con el suelo.
Pero los chicles no solo perjudican en las ciudades sino que, al ser muchos de sus ingredientes derivados del petróleo y plásticos, contaminan los mares y las aguas subterráneas. Además, en el fondo marino, debido a la baja concentración de oxígeno, un chicle puede tardar hasta el triple en degradarse. Y en todo este tiempo supone un peligro para la fauna marina de pequeño tamaño que, al igual que las aves en las ciudades, pueden asfixiarse con ellos. Motivos más que suficientes para plantearnos qué hacer con los chicles.
Lo biodegradable es la clave
En medio de este preocupante panorama surgen iniciativas para reciclar los chicles de las calles y playas. La empresa londinense Gumdrop, por ejemplo, recoge los chicles con papeleras que distribuye por las calles y, tras procesarlos, los transforma en nuevos compuestos que pueden ser usados para fabricar caucho y plástico. De hecho, ha colaborado con marcas como Adidas con la que lanzó unas deportivas con suela de chicle reciclado como las que ves en esta imagen. Esta zapatilla tiene una suela fabricada con un material especial que contiene un 20% de residuos de chicles industriales reciclados.
Sin embargo, más allá de la concienciación y el reciclaje, se hace necesario idear chicles sin productos tan contaminantes como el petróleo. Y es aquí donde entran los chicles biodegradables y marcas como Simply Gum, una empresa neoyorquina que, a partir de glicerina vegetal, azúcar sin refinar, harina de arroz y saborizantes naturales, crea chicles respetuosos con el entorno. Los fabrica en una gran variedad de sabores como la canela, el jengibre o el café. El paquete de 55 chicles, 18 euros.
También hay quienes apuestan por la savia y las plantas para fabricar sus chicles, como es el caso de Nuud. Esta empresa británica lanzó el pasado 2021 unos chicles con savia orgánica que ya se comercializan en las tiendas Waitrose de todo el Reino Unido y que endulzan con xilitol por lo que no contienen azúcar. Algo parecido hace Consorcio Chiclero, una comunidad nativa mexicana que cosecha el chicle directamente de árboles chicozapote de 300 años en la selva maya. Así crean Chicza Gum que venden packs de 10 unidades por 12 euros.
Todas estas iniciativas buscan contrarrestar el impacto tan negativo de la goma de mascar. Parece una obviedad pero los datos dejan claro que el grueso de la población no duda en arrojarlos al suelo. Por eso, ya que el civismo parece no actuar como debiera, estos chicles vienen a salvar el planeta. Mucho más caros que los chicles habituales pero a la larga, más rentables.