María Herrejón se declara toda una influencer de ‘mierda’

Nos hemos ido con María Herrejón a unos recreativos y la hemos sometido a un curioso test 'gamer'. ¡Dale al play!

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Reconoce que no cumple con los requisitos del típico influencer. De hecho, prefiere –en clave de humor– que esta etiqueta vaya acompañada del apelativo que arriba has leído. Quizá por eso tenga tanto éxito. La naturalidad y el humor son el sello distintivo de María Herrejón (Valencia, 1991). La extinta Vine –app/web para subir vídeos de corta duración que compró Twitter– le otorgó notoriedad en las redes sociales, pero lo mismo te hace vídeos, que presenta un programa de radio o abandera una buena causa. No nos extraña que sea una referencia para muchos millennials, y a mucha honra.

¿Alguna vez te has buscado en Internet para ver qué dicen de ti?
Prefiero no saberlo. Me he buscado en Google para ver si alguien me había abierto una entrada en Wikipedia, pero no he llegado a ese estatus de celebrity. Me la voy a tener que hacer yo –ríe–. Pero creo que corazón ciego es corazón sano. Vivo mucho mejor sin saber lo que dicen de mí los foros de gente enfadada con la vida y resentida que, simplemente, pone a parir a otros sin conocerles, solo porque creen que de esa manera se van a sentir mejor.

¿Echas de menos Vine?
Muchísimo. Si hay una aplicación que de verdad merecía la pena, que era divertida y que estaba exenta de todos los malos rollos y de gente intentando ser lo que no es, esa era Vine. Era la vida.

¿En las otras redes sociales crees que hay demasiado ‘postureo’?
Para mí, el ‘postureo’ es intentar aparentar alguien que no eres. Si de verdad tú eres una persona que te levantas por la mañana, te tomas un smoothie de siete frutas y luego te vas a dar un paseo en yate y lo quieres compartir, es tu vida. Pero si yo lo que hago es levantarme, comer unas tostadas y luego me voy a mis clases, no voy a subir una foto como si estuviese en Dubai, porque no. Intentar ser quien no eres me parece que es ‘posturear’. Ser quien tú eres y compartirlo, puede parecer alardear en algunos casos, pero no es ‘posturear’. En todo caso, levantar un poco de envidia. Pero yo pocas envidias puedo levantar, la verdad –ríe–.

Estudiaste la carrera de Publicidad. ¿Te ha servido de algo en el mundo influencer?
En mi caso no, pero es que yo ya tengo una edad. Parece que tengo menos, pero ya tengo 27 años. Cuando yo me gradué, el boom del mundo influencer que hay ahora no estaba. Simplemente, utilicé los conocimientos que tenía de publicidad para gestionar mi propia marca.

“Vivo mucho mejor sin saber lo que dicen de mí los foros de gente enfadada con la vida y resentida”

Sé que no te gusta etiquetar las cosas pero, ¿te consideras una influencer?
De hecho, no. No me gusta nada ese término. Me catalogo así porque entiendo que en parte facilita a la gente con la que trabajo entender lo que soy, pero no. Y si me catalogo de alguna manera es influencer de mierda. No cumplo la mayoría de cosas que un influencer debería cumplir. Por lo tanto, si voy con la etiqueta de influencer, prefiero que me pongan “de mierda” al lado.

A ver, ¿cuántas horas al día puedes llegar a dedicar a las redes sociales?
A eso me refería como influencer de mierda. Soy de esas personas que tienen redes sociales, pero no las consumen. Tengo canal de YouTube y veo súper poco YouTube. De hecho, sigo a dos youtubers. Tengo Instagram y apenas entro o veo los stories de nadie, porque no me interesa. Igual que tampoco puedo entender que a la gente le interese lo mío. Y, bueno, Twitter es el nido de la gente que está resentida y enfadada en la vida y cada vez entro menos.

¿Vivir de las redes es sinónimo de una vida de lujo?
A mí me dicen muchas veces: “Es que eres youtuber”. Si tuviese que vivir de lo que me paga YouTube, viviría sentada en el suelo en una plaza tomándome el Aquarius que me he comprado en un bazar. De verdad que no es así. Vives de YouTube si eres gente muy grande como es el caso de El Rubius. Para mí, una vida de lujo es no tener que trabajar ni hacer nada, hacer todo lo que te gusta y nunca mover un dedo, y no es mi caso. Y no creo que sea el caso de la mayoría de personas que se dedican a esto. Hay gente que piensa que hacer esto es súper sencillo y, por lo tanto, no lo valoran o no lo toman como un trabajo. Cuando estás dentro, entiendes que es bastante más duro.

¿Te preguntan mucho si tienes algún tipo de parentesco con Íñigo Errejón?
Tengo que decir que ahora ya no tanto, pero al principio todo el rato. Yo empecé a tener redes sociales y luego estuvo el boom de Podemos. Me decían que si éramos primos o algo. A la gente le encantan estas cosas –ríe–. De hecho, tengo que admitir que me ha venido muy bien, porque cuando digo mi apellido y la gente no sabe escribirlo, les digo: “Como el político pero con una h delante”. Hubo un vídeo mío que él compartió en Twitter y puso: “No tenemos ningún parentesco, pero estoy de acuerdo con el vídeo de @hersimmar”. Me hizo mucha gracia y pensé: “Choca esos cinco, primo”, –ríe–.

¿Influencers y política es una buena mezcla?
Considero que la política es algo totalmente personal. En mi caso, creo que es íntimo, vaya. Si eres una persona que estás expuesta y, por lo que sea, tienes mucha influencia, no utilices eso para que la gente opine como tú. La gente tiene derecho a tener su propia opinión. Cuando tu influencias a gente que está en una edad más manipulable, en ese tema no les estás beneficiando. Una cosa es que tú inculques valores o ciertas cosas que crees que son moralmente correctas, y otra cosa es que digas: “Pues yo voto a tal porque creo que tal y cual”. Y mucha gente que igual no está metida en política, solo lo hace porque lo has hecho tú. Aprovecharse de esa influencia, no me gusta.

Antes de compartir algo, ¿piensas que hay mucha gente pendiente de aquello que dices o haces en tus redes sociales, incluidos los más jóvenes?
Siempre miro mucho eso porque soy consciente de que el público que me sigue es muy joven e intento hacer patentes mis valores. No consumo bebidas alcohólicas y nunca las promocionaría. No es que me parezca mal, simplemente no lo hago porque llevo a cabo lo que considero que es ético. Puedo tener mis momentos de cometer errores o puedo tener momentos en los que diga una cosa y la gente lo malinterprete. Cuando he cometido un error, siempre he pedido disculpas. Además, vivimos en un país de políticos corruptos, que son los principales a los que habría que atacar.

“Con el boom de Podemos, me decían si era familia de Íñigo Errejón. Una vez, él compartió un vídeo mío en Twitter y puso: No tenemos ningún parentesco, pero estoy de acuerdo con el vídeo de @hersimmar’. Me hizo mucha gracia y pensé: ‘Choca esas cinco, primo’

Has estado en radio, ¿la tele pa’ cuándo?
No soy nada de tele. Si me llegase una oportunidad súper guay en la que yo estuviese híper cómoda, entonces sí. Pero la tele no es mi cosa favorita del mundo. Creo que distorsiona mucho y, además, engorda. Y yo ya tengo el culo gordito –ríe–. En serio, si me llamasen de actriz –lo que estoy estudiando– para hacer ‘Narcos’ me voy de cabeza, pero eso es porque está en Netflix.

¿Te ves haciendo monólogos?
Me lo dicen muchísimo. Pero, con sinceridad, pienso que la gente se quedaría en plan: “No me estás haciendo ninguna gracia”. Y me daría muchísima ansiedad –ríe–. Simplemente, querría correr y hacerme una ‘croquetita’. Si llega el momento en el que me sienta hipermega cómoda y muy segura, puede que me atreva. Pero, por ahora, no.

“Hipermegacómoda”, “croquetita”… ¿Eres de usar tus propias palabras?
Digo palabras muy extrañas. Lo que normalmente hago es cambiar términos. Me hace mucha gracia decir cosas como “maniquises” en vez de “maniquíes”, los “yugures”, “macarroncios” en lugar de “macarrones”. Y luego palabras concretas que yo diga, “bubi” , que eso se lo llamo a la gente que quiero mucho y con la que tengo más confianza, pero no sé de dónde viene. También llamo a la gente “tronqui”. Ahí lo dejo…

*Artículo original aparecido en el número 36 de Mine. Pide tu ejemplar en papel en tienda.ploimedia.com o descarga la edición digital interactiva para iOS o Android. 

Fotos: Patricia J. Garcinuño